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lunes, 2 de octubre de 2023

COMENTARIO LITERARIO FRAZADAS DEL ESTADIO NACIONAL JORGE MONTEALEGRE

 

COMENTARIO LITERARIO

FRAZADAS DEL ESTADIO NACIONAL

JORGE MONTEALEGRE

 EDICIONES LOM 2003

 


"Frazadas del Estadio Nacional", texto ganador del Premio Altazor en ensayo.

En esta obra encontramos a la literatura como memoria, como espacio para enfrentar el dolor y la muerte, la ignominia y el flagelo. El testimonio del autor, que, en 1973, fue detenido y llevado a la Escuela Militar, luego al Estadio Nacional y finalmente al campo de prisioneros Chacabuco. Ante los apremios y maltratos, su "fuga" fue la poesía.

En relación con su estadía forzada en el Estadio Nacional, escrito a cincuenta años del golpe militar, la frazada es la médula central, una imagen que acompaña la fuerte experiencia en el lugar de la prisión. Y es que en esta obra las frazadas son esenciales cubren del frío, arropan, son símbolo de calor de hogar, y a su vez inmovilizan, tapan los rostros, uniforman a los prisioneros y los aíslan.

"Frazadas del Estadio Nacional”, un libro que cruza testimonio, crónica, el diario, la investigación, un libro completo, que es parte de la memoria individual y también de la colectiva. Yo diría un tesoro invaluable, patrimonio chileno.

A propósito de esta obra, Laura Scarabelli - UNIVERSITÀ DEGLI STUDI DI MILANO (ITALIA)- manifiesta:

La imagen del ‘chiquillo’ que padeció sufrimientos y torturas en el Estadio, no representa su ‘otro’, el otro que dialoga con el yo, el otro que se enfrenta al yo para elaborar la experiencia del pasado, el otro que comparte con el yo un mismo espacio de la enunciación. Es un eco, una réplica, una resonancia de su ser. [1]

El autor quiere “acercarse al lolo Montealegre que tomaron preso en septiembre de 1973”, “hacerse cargo de él, convertirse en el tutor de ese chiquillo”, para “ayudarlo a retomar estos escritos para editarlos en nuestro país”[2]. No encara la imagen del pasado que lo espera inerme en el territorio denso de la memoria, se pone a su lado, lo toma de la mano y lo acompaña. En otras palabras, la figuración del mismo autor a los 19 años rompe la continuidad dialógica del soliloquio para instalar en el texto un inusitado deslizamiento. Montealegre no se refiere a sí mismo en segunda persona, no ocupa el tú, activando la dialéctica sujeto-objeto, elige la tercera, la no persona. Observamos:

“Estoy en la oscuridad, hincado, cubierto por una frazada. Tengo 19 años, pero soy más chico que los adolescentes de mi edad. Me veo más niño. Ni siquiera me veo en esta aparición ¿Qué hago bajo la frazada? Yo no soy ese lolo golpeado y enmudecido. ¿Yo no soy o ya no soy? […] Me perturba el recuerdo sin imágenes de ese chiquillo que sigue bajo la frazada. Sin vista de rayos X, como los superhéroes de sus revistas, el horizonte es su propia frazada. La oscuridad que encierra los recuerdos, los conserva y los ahoga y hay que volver a la oscuridad para que la imagen latente se revele. En ese retorno soy el joven y el viejo bajo la misma manta: nos cobija la memoria. Soy el mismo. [3]

Frazadas del Estadio Nacional es un libro histórico bellamente escrito, con una sensibilidad extrema y una honestidad sin paragón. Emocionante, estremece las fibras del ser. El autor dice:

La misa fue celebrada en medio de la precariedad, pero todo era de una hermosura profunda. La prédica fue en un lenguaje que reconocía cercano. En ella no había resignación, sino espada. Nos llamó a la unidad, nos dio fuerzas en el desamparo porque no estábamos solos. No faltó el recuerdo de Ernesto ni de Camilo. Lo que nos pasara tendría sentido si nos manteníamos íntegros. Dios estaba con nosotros y si moríamos nos encontraríamos con Él en la eternidad. Con Cristo, su Hijo, nos encontraríamos ahí mismo en el camarín 7 durante este recuerdo de su sacrificio en cuerpo y sangre: era la misa auténtica. Y rezamos un Padre Nuestro.

Una frazada, que era el manto de los pobres cristos del velódromo, era un adecuado mantel para un altar mayor que era simplemente el piso de baldosas. El cáliz podía ser el pocillo con que esperábamos los porotos o el tazón plástico para el café de higo. Cada uno de nosotros teníamos derecho a un pan diario y algunos compañeros lo donaron para la eucaristía. El sacrificio era verdadero.”

Esta magnífica obra debiera estar en cada colegio, escuela de Chile.



[1] En diálogo con las observaciones de Benveniste sobre la naturaleza de los pronombres, es importante subrayar la radical diferencia entre los pronombres yo y tú y el pronombre él. El juego dialéctico de subjetivación y desubjetivación une las primeras dos personas y excluye la tercera, que se instala en un horizonte heterogéneo, un horizonte que no comparte el mismo campo de enunciación. Como bien afirma Roberto Esposito: “lo que sostiene Benveniste es que la tercera persona no se limita a debilitar o modificar los elementos que caracterizan a las otras dos, sino que los invierte, empujándolos a un espacio externo a su formulación misma (2009: 155).

[2] Esta argumentación encuentra respaldo en las reflexiones de Butler sobre la necesidad de re-pensamiento de la estructura del sujeto y la afirmación de un yo que reconoce sus vínculos con el otro, en una relación de interdependencia. La filósofa no se refiere a una simple relación binaria entre dos sujetos preconstituidos y auto centrados. El reconocimiento del otro se funda en un movimiento de descentramiento y de contaminación, apertura. Butler reconoce una subjetividad expuesta hacia su ‘afuera’, que se abre a la contaminación y acepta su intrínseca vulnerabilidad. Este movimiento identitario, este reconocimiento a través de la pérdida de la integridad del sujeto, del sufrimiento y de la exposición, encarna una vía ética a la responsabilidad permanente hacia el otro que triza el signo de la

violencia en las mallas de un espacio solidario, fundado sobre la identificación del destino común que nos une al otro (Butler, 2009:13-48).

[3] Para una profundización de estas reflexiones, véase Foucault (1997).

jueves, 21 de septiembre de 2023

COMENTARIO LITERARIO EL AMOR DE UNA MUJER GENEROSA ALICE MUNRO

 

COMENTARIO LITERARIO

 

EL AMOR DE UNA MUJER GENEROSA

ALICE MUNRO

Traducción de Javier Alfaya McShane

©2000, Munro, Alice- ©2009, RBA

Colección: Narrativas




Por Ingrid Odgers Toloza

 

Son ocho relatos los que conforman esta obra de Alice Munro, escritora canadiense, premio Nobel del año 2013. Son los siguientes: -El amor de una mujer generosa-Yakarta-La isla de Cortés-Salvo el segador-Las niñas se quedan-Asquerosamente rica-Antes del cambio -El sueño de mi madre.

La columna vertebral de este texto es la mujer enfrentada a diversas y singulares situaciones, donde se registra las experiencias íntimas, cotidianas y pesarosas a las cuales nos enfrentamos las mujeres en el universo.

Su escritura está marcada por las contradicciones de la naturaleza humana, historias donde se observa como el amor, el deseo, la pasión, las dudas, llevan a decisiones insospechadas. En esta obra de características realistas, nada se oprime, todo se específica con aguda precisión. Prosa minuciosa, prolija, da claridad a la expresión narrativa, es como si hubiera dibujado un mapa con todo tipo de indicaciones antes de abordar la creación narrativa.

Su perspectiva tiende a un tono desnudo sobre personajes deslucidos que son explorados en sus fallas y en sus honestidades.Es esta una obra desintoxicada del lenguaje del tiempo, recordemos que se habla de obra de arte cuando esa producción le dice algo a nuestras épocas, y es que toda obra de arte traspasa el tiempo.

Munro postula para las mujeres una esperanza, una vía de escape, contra la amenaza de la rutina y la prisión cotidiana que inhibe todos los sueños.

 

ALICE MUNRO, maestra de la historia corta contemporánea.

 

sábado, 26 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO EL LIBRO DE MIS PRIMOS CRISTINA PERI-ROSSI

 

COMENTARIO LITERARIO

EL LIBRO DE MIS PRIMOS

CRISTINA PERI-ROSSI

GRIJALBO- 1989

 


POR: INGRID ODGERS TOLOZA

Esta novela de Cristina Peri-Rossi descubre la vida de una familia aristocrática desde la mirada de un niño.

El trabajo literario incluye narrativa, prosa poética y poemas. Es muy descriptivo, hay mucho interés en describir al detalle.

 

Nos relata la vida de esta familia, sus abuelos, tíos, hijos, primos y el paso del tiempo en su mansión enorme, sofisticada, absolutamente patriarcal, autoritaria. Se desplazan lentamente enfermedades, locuras, sueños, y mucha fantasía que se intercala con la realidad por ejemplo las fiestas con fantasía y locura, las enfermedades con ironía y burlas.

 

No solo conocemos el carácter y la personalidad de los demás personajes, conocemos los temores, las dudas, la angustia y las pretensiones del pequeño narrador.

 

A su vez, relata las relaciones entre primos, a veces amorosas, a veces fraternales, a veces caóticas.

 

Es una novela bastante compleja dadas las características que la autora otorga a los personajes y las extrañas y grotescas situaciones que contiene el diario vivir de estos.

 

Al leerla con atención, detectar digresiones, interrupciones o complicaciones y advertir ciertos temas como machismo, abuso, incesto, nos preguntamos hacia dónde verdaderamente apunta Peri-Rossi. Y nos encontramos casi al final con el contenido socio político que alberga en sus páginas. Explicable dado la situación de Uruguay en esos años. [1]

Estamos ante la presencia de un mundo de fantasía en el que se conjugan inocencia, inmoralidad, crueldad, no únicamente de los niños sino de los adultos.

Lo sorprendente es la inclusión de dos finales.

 

 

FRAGMENTO 1

—¿Por qué nunca he oído hablar al abuelo? —le pregunté un día a mi madre.

Ella me dijo que él ya había hablado bastante; que, en realidad, había hablado demasiado, y éste era su castigo. Ella podía recordarlo perfectamente dando órdenes, empujando a la gente, sometiéndolos a gritos, lo había visto obligando a los niños a comer del suelo la comida de los perros, lo había visto castigar a los peones, maltratar a los caballos, encerrar a sus hijas, lo había visto disparar contra los pájaros y destrozar los capullos^ perseguir a las sirvientas detrás de las puertas y quemar la tierra de sus vecinos. Una vez la había hecho remar durante todo el día, para castigarla por el olvido de unos clavos, y tuvo que remar varias horas seguidas («Por favor, padre, déjeme salir del agua», suplicaba ella), y solamente cuando se hizo la noche y ya hacía varias horas de oscuridad (ya había una luna de azogue dejándose caer por el tejado), ella, medio desmayada pudo abandonar el bote, el remo, tenía los brazos duros, los músculos hinchados, no parecía una mujer, y las manos palpitaban como un corazón al descubierto. Cuando hubo llegado a la cama (tenía los brazos duros como dos mástiles), él se le acercó, y

con acento dulce le dijo: «Era para que la próxima vez no olvides los clavos», pero ella,

deliberadamente, a los pocos días, los dejó olvidados; entonces tuvo que volver a remar, y él, a la noche, estando la luna crecida como un rostro hinchado, la luna como un ombligo, volvió a

decirle la misma frase, pero ella ya se había acostumbrado a remar, de modo que no le importó, entonces él, cuando venían las visitas, decía, ufano: «Vean a mi hija, la mejor remadora de la zona», y no quería que los varones de la familia remasen; a ella, cada día, los músculos se le ponían como los de un hombre; estaba cansada de remar y se agotaba, pero el viejo la lucía, había prohibido a los demás usar el bote, y cuando venían a visitarlo las familias, la hacía remar, «Quiero que te luzcas», le decía, aunque hiciera horas que estaba remando; y si ella se resistía o lo hacía lentamente, a la noche él la esperaba junto al embarcadero (los pastos verdes y la luna crecida) y con un junco le daba en las piernas, en los brazos como mástiles, en la cintura, en los hombros.

 

Fragmento 2

 

“… Falsificando permanentemente lo verdadero, y dado apariencias de real a lo artificial, mi tío Andrés se ha pasado la vida confundiendo a todo el mundo, al punto que ya nadie –a veces creo que ni él mismo- es capaz de saber, entre las cosas que lo rodean, cuáles son las reales, cuáles las falsificadas. Piedras, metales, faunas, floras, estatuas, telas, colores, texturas, apariencias, cuadros, licores, monedas, confesiones, frases oídas, frases escondidas, todo lo funde en su gran redoma singular, en su taller modelador, y entre el vapor y el humo de su laboratorio, en los húmedos cristales que lo separan del exterior, la realidad y el sueño hacen el amor, juegan a mezclarse, dan hijos macabros de índole mixta, paren fascinantes apariencias de lo vivo de entraña seca, cancerosa; en su taller singular, engañoso (los cristales esmerilados impiden ver al mago), la materia vuelve al antiguo caos original, al gigantesco óvulo fecundado y de donde partieran, azules, las múltiples apariencias de lo vivo. (…)”.



[1] El texto fue publicado en 1969. En Uruguay existía un momento de agitación política, tensada entre el entusiasmo producido por el triunfo de la Revolución cubana y la emergencia de movimientos sociales locales y globales -condensados en 1968-, y la amenaza cercana de los golpes de Estado, ocurridos en el Cono Sur a lo largo de los años setenta (Saona, 2004)1. En ese contexto tienen lugar enfrentamientos cruentos entre el Movimiento Nacional Tupamaros -facción radicalizada de la izquierda uruguaya a favor de la lucha armada, surgida en 1965- y las fuerzas militares, a cargo de “la lucha antisubversiva”.

COMENTARIO LITERARIO UNA MUJER ANNIE ERNAUX SEIX BARRAL 1987

 

COMENTARIO LITERARIO

UNA MUJER

ANNIE ERNAUX

SEIX BARRAL 1987

 


POR: Ingrid Odgers Toloza

 

Esta obra que no es una novela, parte con el epígrafe:

 

Es un error pretender que la

contradicción es inconcebible,

pues ciertamente es en el

dolor de lo que vive donde

tiene su existencia real.

HEGEL

Publicada por vez primera en Francia en 1987, la narración —no es una biografía ni una novela, sino “quizá algo entre la literatura, la sociología y la historia”, se justifica la autora al final—, la obra, decíamos, arranca con un fallecimiento, el de la progenitora de Annie Ernaux.

En obras anteriores vimos lo avergonzada que se mostraba la autora-protagonista de la falta de educación de sus padres. Vergüenza que la hacía oscilar entre complejos de inferioridad y superioridad.

Este libro que no es novela según explica la autora, muestra exactamente lo contrario, pero respecto a su madre. Eso explicaría el epígrafe de Hegel que decide indicar al inicio de la narración.

Ha pasado el tiempo ya no escribe la adolescente, la jovencita, la mujer joven, es una mujer madura que reconoce las virtudes de su madre sin dejar de lado las falencias del medio, pero ya no hay odio, no hay resentimiento, ni odiosidades, ni prejuicios, hay amor. Es el amor maduro. La plena aceptación del origen. Del vientre materno, de la lucha incansable de su madre para que no le faltara nada a su hija. En esta escritura encontramos a la madre joven, a la de mediana edad y la anciana madre de Annie Ernaux. Escritura sencilla, clara, hondamente cruda que es una especie de homenaje a su madre. Un tributo que al lector embarga de tristeza y que estremece.

No se puede evitar pensar en nuestra propia madre y añorarla con toda la fuerza del alma y el corazón.

 

 

FRAGMENTO 1

 

Ni feliz ni desgraciada de dejar la escuela a los doce años y medio, la regla común. En la fábrica de margarina en la que entró, sufrió del frío y de la humedad, con las manos mojadas llenas de sabañones que duraban todo el invierno. Después, nunca pudo «ver» la margarina. Muy poco, pues, de «soñadora adolescente», sino la espera del sábado por la tarde, la paga que entregaba a la madre guardando para sí justo lo preciso para comprarse Le Petit Écho de la Mode y los polvos de arroz, las carcajadas, los odios. Un día al capataz se le enganchó la bufanda en la correa de una máquina. Nadie le socorrió y tuvo que arreglárselas solo. Mi madre estaba a su lado. ¿Cómo admitir esto, sin haber sufrido un peso igual de alienación?

Con el movimiento de industrialización de los años veinte, se montó una gran cordelería que absorbió a toda la juventud de la región. Mi madre, como sus hermanas y sus dos hermanos, fue contratada. Para mayor comodidad, mi abuela se cambió de domicilio, alquiló una casita a cien metros de la fábrica, donde ella hacía, con sus hijas, la limpieza por la noche. Mi madre se sintió a gusto en aquellos talleres limpios y secos, en los que no se le prohibía hablar y reír mientras trabajaba. Estaba orgullosa de ser obrera en una gran fábrica: algo así como ser civilizada con respecto a las salvajes, las muchachas campesinas que se habían quedado detrás de las vacas, y libre en relación con las esclavas, las criadas de las casas burguesas, obligadas a «limpiar el culo de sus amos». Pero sintiendo todo lo que la separaba de su sueño: la señorita de la tienda.

FRAGMENTO 2

De la felicidad y del orgullo de aquella joven recién casada, estoy casi segura. De sus deseos, no sé nada. Las primeras noches —confidencia a una hermana— entró en la cama con la braga puesta debajo del camisón. Eso no quiere decir nada: el amor sólo podía hacerse al abrigo de la vergüenza, pero debía hacerse, y bien, cuando se era «normal».

Al principio, la excitación de hacer de señora y de estar instalada, estrenar el servicio de vajilla y el mantel bordado del ajuar, salir del brazo de «su marido», y las risas, las disputas (no sabía cocinar); las reconciliaciones (no se enfurruñaba), la impresión de una vida nueva. Pero los salarios ya no aumentaban. Tenían que pagar el alquiler, las letras de los muebles. Se veían obligados a mirar por todo, a pedir legumbres a los padres (ellos no tenían huerto) y, a fin de cuentas, llevaban la misma vida que antes. Pero la vivían de modo diferente. Los dos, con el mismo deseo de triunfar en la vida, pero en él con más miedo a la lucha a emprender, con la tentación de resignarse a su condición, y en ella con la convicción de que

no tenían nada que perder y de que debían hacerlo todo para salir de aquello, «costase lo que costase». Orgullosa de ser obrera sí, pero no hasta el punto de seguir siéndolo siempre, soñando con la única aventura a su alcance: llevar un comercio de alimentación. Él la seguía, porque ella era la voluntad social de la pareja.

 

viernes, 25 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO MEMORIA DE CHICA ANNIE ERNAUX

COMENTARIO LITERARIO

MEMORIA DE CHICA

ANNIE ERNAUX

Traducción: Lydia Vázquez Jiménez, 2016

VINS- 2016

I know it sounds absurd but please tell me who I am. SUPERTRAMP



POR: Ingrid Odgers Toloza

 

Memoria de chica es una obra autobiográfica de Annie Ernaux, donde trabaja con dos narradores, en tercera y primera persona. Utiliza diversos flash back y encontramos raccontos.

Con una escritura muy clara, detallada en momentos, va relatando pasajes de su vida en la colonia donde trabajó un verano como monitora. Como toda chica espera encontrar una historia de amor.

Este es el verano de su primera relación sexual, que no es la soñada más parece una violación, pero su ingenua mente la idealiza: es el conocimiento del sexo del macho. La autora escribe después de esta primera experiencia:

 

Desde H, necesita un cuerpo de hombre pegado a ella, unas manos, un sexo erguido. La erección consoladora. Está orgullosa de ser un objeto de deseo, y la cantidad le parece la prueba de su valor de seducción.

Entrelaza su narración con recuerdos de películas tales como En caso de desgracia, de Autant-Lara con Brigitte Bardot, y escribe:

 

 “Estupefacción de ver hasta qué punto me comportaba como Bardot con los hombres en el 58, las meteduras de pata que cometía, o la naturalidad que tenía, diciéndole a uno que había ligado con otro. Sin regla ninguna. Es la imagen de mí que más he rechazado”.

 

Tanto en la colonia como en el instituto, en medio de las connivencias respectivas, se descubre anónima e invisible. Sus complejos de inferioridad y superioridad la acompañan en todo ámbito. Indica con total literalidad su desadaptación total, cruel, inhumana. Su conducta que la genera o rige es su baja esfera social, crea intranquilidad y desarmonía, es ella la que está fuera de lugar en todo momento y esa incomodidad se siente y lacera como su deseo, su enajenación, su bobería, su engreimiento, su hambre y su amenorrea incomprensible.

 

Es como ella dice: La escritura es explorar el abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre. La gran memoria de la vergüenza, más minuciosa, más intratable que cualquier otra. Esa memoria que es en suma el don de la vergüenza.

 

Annie Ernaux posee una escritura descarnada, y esta es una característica notoria en todos sus textos.

 

 

FRAGMENTO 1

 

Vuelvo a ver la escena una y otra vez, con aquel horror que no se ha atenuado, el de haber sido tan miserable, una perra que viene a mendigar una caricia y recibe una patada. Pero ese repaso reiterado no consigue acabar con la opacidad de un presente desaparecido desde hace medio siglo, y deja intacta e incomprensible la aversión de la otra chica hacia mí.

Solo queda una certeza: Annie D, la niñita mimada, el ojito derecho de sus padres, la alumna brillante, es, en ese momento preciso, un objeto de desprecio e irrisión en la mirada de Monique C y Claude L, de todos aquellos que ella habría querido por iguales.

 

FRAGMENTO 2

 

La estoy viendo, a Annie D, sumida en su deseo, en el cénit de su fuerza. No puede ir más allá en la negación de todo lo que no es su deseo de H, creyendo que querrá estar con ella de nuevo, creyéndolo aun después de que, esa misma noche, habiéndose presentado ella en su cuarto, él la haya rechazado terminantemente, ultrajado, por haber «estado con Jacques R» — e incluso después de que ella se haya enterado de que Catherine, la maestra rubia, novia de un recluta en Argelia, como da fe el anillo de piedra azul con las letras grabadas FM colocadas a diario junto a su plato, la ha sustituido en la cama del monitor jefe—.

Ella quiere que él le haga gestos, todos los gestos que traduzcan su deseo de ella. Ella quiere que él goce de ella, que agote su placer con ella.

Ella no espera ninguno para sí misma.

No renuncia a él, espera solamente que una noche quiera estar con ella, por capricho, por cansancio de la rubia, por piedad, qué más da. Su necesidad de él, de que se adueñe de su cuerpo la vuelve ajena a todo sentimiento de dignidad.

A causa de su caída de ojos, su boca gruesa, su corpulencia, le encuentra cierto parecido a Marlon Brando. No carece de importancia que algunas monitoras digan en voz baja que es grande y fuerte. Y tonto. Ella le llama en su fuero interno el Arcángel.

 

 

FRAGMENTO 3

A medida que voy avanzando, la suerte de sencillez anterior del relato ubicado en mi memoria desaparece. Ir hasta el final de 1958 significa aceptar la pulverización de las interpretaciones acumuladas a lo largo de los años. No pulir nada. No construyo un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui.

Una sospecha: ¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha contra la realidad? (Llego a pensar que mis libros precedentes no son sino aproximaciones, vistos desde este punto de vista).

Quizá también cuestionar la figura del escritor al que se me remite, destruirla, empeñarme en denunciar una impostura, algo así como «no soy esa que piensa todo el mundo», eco no tan remoto de «soy esa a la que soba todo el mundo», que los monitores me soltaban entre risas burlonas al pasar.

Lo que viene después, la cuestión de la escritura de lo que viene después cuando H no quiere saber nada de ella y ella no quiere saber nada de Jacques R.

¿Cómo entrar ahora en la deriva encantada de esa chica, su sensación de vivir el momento más excitante de su vida, que la vuelve insensible a todas las burlas, a todos los sarcasmos, a todas las apostillas insultantes?

¿En qué modo —trágico, lírico, romántico, humorístico incluso, tampoco sería tan difícil— relatar lo que ha vivido en S con una tranquilidad y una hibris que han sido juzgadas por los otros, todos los otros, como algo totalmente insano cuando no mero putiferio?

¿Debo escribir que, diez años antes de la revolución de Mayo, yo era sublime de puro intrépida, una vanguardista de la libertad sexual, un avatar de Bardot en Y Dios creó a la mujer —que yo no había visto— y adoptar en consecuencia un tono jubiloso, ese que anima la carta que tengo ante mis ojos, enviada a Marie-Claude a finales de agosto del 58?: «En lo que a mí respecta, todo va lo mejor posible en el mejor de los mundos […] me he acostado toda una noche con […] el monitor jefe. ¿Una revelación así te choca? Pues también me acosté con uno de los educadores físicos al día siguiente. Ya está. Soy amoral y cínica. Lo peor es que no siento remordimientos. En el fondo es tan simple que dos minutos después ya no pienso en ello». En esta hipótesis, observo a la chica de S con la mirada de hoy cuando, salvo el incesto y la violación, nada sexual es condenable,

cuando leo en Internet «Vanessa pasa las vacaciones en un hotel de intercambio de parejas». ¿O bien decido adoptar el punto de vista de la sociedad francesa de 1958 que estimaba el valor de una chica por su «conducta», y entonces decir que la chica en cuestión da pena de puro inconsciente y cándida, de puro ingenua, y hacerle cargar a ella con la responsabilidad de todo lo acaecido? ¿Debería alternar constantemente una y otra visión histórica —1958/2014—? Sueño con una frase que las contuviera a las dos, sin la menor fricción, simplemente por jugar con una nueva sintaxis.

miércoles, 23 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO LOS ARMARIOS VACÍOS ANNIE ERNAUX

 

COMENTARIO LITERARIO

LOS ARMARIOS VACÍOS

ANNIE ERNAUX

 CABARET VOLTAIRE 1974

 





POR: Ingrid Odgers Toloza

Escrito en 1974, es el primero de su autora.

La protagonista, en este caso Annie, es una niña profundamente desdichada, busca exasperadamente el reconocimiento social mientras reniega de su ámbito social.

En esta obra autobiográfica, la autora se abre, abre su alma, expone sus sentimientos y emociones sin tapujo alguno. Es un trozo de carne fresca, roja, sangrante que arde en una parrilla inexistente pero viva, llameante. El fuego que cargan sus palabras quema, asombra y conmueve. A ratos me recuerda la novela La pianista de Elfriede Jelinek y comprendemos el Premio Nobel que se le ha otorgado. Es cruda y feroz. No es la autora que escribe los sucesos de su vida con estilo impersonal, indiferencia o muy fríamente como en obras posteriores. Acá hay pasión, vida en todas sus letras, vida ardiente, vida que sufre, llora, vida que odia y lo expresa. Con Annie Ernaux se termina la hipocresía, los disfraces, las caretas, los adornos.

 Retrata los complejos de inferioridad que tiene por causa de su estrato socioeconómico bajo, su vergüenza por pertenecer a ese mundo, vergüenza por sus padres, por la ignorancia que la rodea, por el entorno social pobre y mísero.

Con una escritura no lineal refleja el complejo de superioridad que la invade al reconocer sus estudios, conocimientos, su dominio de los idiomas, sus notas excelentes.

Reconoce que se mueve entre dos mundos diferentes y que esa posición en la vida la marca, la hiere. Sus orígenes la llevan a sumirse en ensoñaciones, sueños, las fantasías son una forma de alejarse de su medio social. Continuamente se evade.

Recuerda su infancia, adolescencia, relata con extrema violencia el desprecio que recibe en el colegio privado — la valoran solamente por ser una alumna excelente—. Annie está sumergida en la vergüenza, siente vergüenza por sus padres trabajadores sin educación. Vergüenza por lo poco que tiene. Vergüenza de su lugar en el mundo.

Plasma los inicios de su vida sexual, relata sus encuentros y conduce a la infancia a la adolescencia y a esos devaneos primeros que todos llevamos en la memoria. El despertar sexual. La culpa.

Esta novela, compleja es un anticipo de su libro Vergüenza, del cual ya hemos hablado y roza la escritura de su obra El acontecimiento. Y lo hace en forma brutal.

 

  

Fragmento 1:

 He sido orgullosa, a menudo. He sido..., he sido… Lo he sido todo. La lista es larga. Decenas de Denise Lesur caen junto a mí, resecas, enterradas. Escribo alegremente.

Ladrona de azúcar, perezosa, desobediente, tocona de partes indebidas, todo es pecado, ni un solo recuerdo puro. Pero después no quedará nada. «¡Ocho!», susurra Françoise. Me preocupo, «¡diecisiete!». De ocho a diecisiete… Nada que hacer, no adoro a Dios, no respeto a mis padres, no me cabe la lista. La única solución es juntar dos. En la capilla, con el papel en la mano, nos ponemos en fila. Pecados de todas las niñas al descubierto, risas, incienso y bancos movidos, es una fiesta en medio de las restas y la gramática. Pegadas unas a otras, las faldas al culo de la vecina, mezcladas, iguales. Una tras otra, todas desaparecen en la casita de madera con dos entradas, zas, una ventanilla que se abre, luego la otra. No hay cortinilla, detalle espantoso que recuerdo perfectamente.

Solo vi sus ojos azules glaciales y los bordados verdes que se perdían detrás de la celosía. Lo leí todo, despacio, doblé el papel y lo miré. Solo le interesó un pecado, cuántas veces, ¿sola? ¿Con chicos? Contesto tranquila, pero sus ojos son malévolos. De repente se pone a espetarme cosas a una velocidad vertiginosa, cosas secas, sórdidas. Un bicho horrible crece entre mis piernas, plano, colorado como un chinche, «inmundo». No verlo, no tocarlo, ocultarlo a todo el mundo, el diablo anida ahí, caliente, me cosquillea, me pica. Dios, la virgen y los santos van a abandonarme…

“Ahora el acto de contrición.” Cuando me levanté, desconcertada, fui a arrodillarme lejos. Estaba segura de que me seguía con la mirada y que iba a contar mis pecados a todo el mundo. Creí que acabaría con ellos de golpe, que desaparecerían como por arte de magia, pero el maldito cura me los restregó por la cara. Me fui de allí sucia y sola. Solo yo y nadie más metía el dedo en la hucha, nadie la contemplaba en el espejo más que yo, nadie soñaba con hacer pis en grupo. Solo yo. A mis espaldas, la clase cuchicheaba, libre, sin pecados mortales. Si las demás hubieran sido como yo, la cosa no habría ido a mayores. Nada que hacer, yo era la oveja negra, apartada de las demás por «inmunda». En una decena de frases, las imágenes misteriosas, las flores extrañas que trepan por los muslos, las manos asidas a las manos, impacientes, las exploraciones seguidas de comparaciones con Monette detrás de las cajas, con las bragas quitadas, se esfuman de repente, convertidas en una pantomima horrible, en gestos «deshonestos», en pensamientos impuros. Ni un atisbo de luminosidad o de dicha. Llevo la bestia dentro de mí, en todas partes. Quizá si no me muevo, si permanezco arrodillada frente a las estatuas blancas, me volveré pura, recubierta del hábito blanco del que me ha hablado. Yo también, una bella estatua. Pero voy a irme, y los pecados van a asaltarme como una legión de pulgas. Sentía que todo estaba perdido de antemano, que toda mi vida iba a ser un monstruoso pecado. Sin salvación posible. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Todo ello confusamente asociado a las estanterías de la tienda cubiertas de latas de conserva, al humo y los gritos del sábado por la noche, a mi madre, cálida y pesada, soltando pedos y palabrotas en la cocina, por la noche.

 

Fragmento 2

 

La Iglesia lo rechaza todo a la vez, la yegua negra de las diez de la noche,

mi madre despatarrada de puro cansada, mi padre que se quita la dentadura

postiza después de comer, mis placeres que hasta entonces creía inocentes.

Dios, Dios sonríe a Jeanne, a Roseline, su gula, su pereza parecen pecadillos veniales, tonterías divertidas en su cuarto lacado de blanco, en su comedor con cortinas de cretona florida, según cuentan ellas. Algo viscoso e impuro me envuelve definitivamente, relacionado con mis diferencias, con mi medio. Por muchas oraciones, por mucha penitencia que haga, nada cambiará. Tengo que recibir un castigo.

 

sábado, 19 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO LA VERGÜENZA ANNIE ERNAUX

 

COMENTARIO LITERARIO

 

LA VERGÜENZA

ANNIE ERNAUX

TUSQUET EDITORES- AÑO 2022




Por Ingrid Odgers Toloza

 

Al igual que en otras novelas suyas como La mujer helada o El acontecimiento, en esta obra la autora narra un evento de su vida, apuntando a demostrar la fragilidad de la intimidad, a partir de un hecho de violencia intrafamiliar, que fractura la vida siendo una niña de doce años.

 Su lenguaje es sencillo sin rebuscamientos, muy nítido y carece de recursos literarios ligados a la expresión poética. Es una narradora perfecta, clara y precisa. En su obra narra hechos personales y el contexto social de una época. Tal como lo cuenta en una entrevista:

Mis libros se basan en la memoria, una memoria que es a la vez personal y social, porque pone voz y rostro a las cosas cotidianas de una época.

Un hecho de violencia intrafamiliar que vive en sus años púberes, la afecta para toda la vida junto a otros sucesos.

Escribe este libro en el año 1996, cuando tenía 56 años, lo que demuestra como el trauma la afectó durante muchos años.

El trabajo literario que realiza es como un auto exorcismo para extraer los hechos vividos que la avergüenzan, la abochornan.

 Manifiesta en una sección del libro:

Me había convertido en una persona indigna del colegio privado, indigna de

su excelencia y de su perfección. Había entrado en el ámbito de la vergüenza.

 

En un viaje, un tour en el que la acompaña su padre advierte que existen dos mundos, en la forma como los tratan en un restaurante muy elegante que incluía el tour.  Además, observa la precariedad de sus vestuarios comparándolos con las otras jóvenes y los otros padres de mejor situación económica. Tuvo la certeza de esta diferencia social y al vivirla se siente avergonzada. En resumen, pertenecía al mundo de abajo.

 

Es así como escribe en el libro:

Después de cada una de las imágenes de aquel verano, mi tendencia natural

sería escribir «entonces descubrí que» o «me di cuenta de que», pero esas

frases suponen una conciencia clara de las situaciones vividas, cuando, en

realidad, en ellas solo existe la sensación de vergüenza que las ha fijado en

la memoria, independientemente de cualquier significado. Ahora ya nada

puede evitar que yo experimentara esa sensación, ese peso, esa

aniquilación. Es la única verdad.

 

La avergüenza profundamente la apariencia de su madre, al abrir la puerta, muy de noche, cuando una profesora va a dejarla luego de una extensa jornada de estudios, así es como relata:

Después de un rato bastante largo vi encenderse la luz y poco después apareció mi madre en el umbral de la puerta, desgreñada, medio dormida, muda, con un camisón arrugado y lleno de manchas (nos limpiábamos con él después de haber orinado).

 

Annie Ernaux indicó en una entrevista:

Nunca conoceré el encanto de las metáforas, el júbilo del estilo.

 Annie Ernaux confiesa sacar a la luz los códigos y las normas de los círculos en los que se movía, vivía, estudiaba, etc. Y termina indicando una colección de lenguajes en los que se encontraba inmersa y que son la percepción que ella tenía de sí misma y del mundo. Y lo efectúa con tal sinceridad, honestidad, sin ningún escrúpulo, crudamente que no queda más que admirarla.

 

 Fragmento 1.-

 

En el café-colmado vivimos en medio de la gente, que es como llamamos

nosotros a la clientela. La gente nos ve comer, ir a misa, al colegio, nos oye

cuando nos lavamos en un rincón de la cocina o cuando hacemos pis en el

orinal. Esta exposición continua nos obliga a mostrar una conducta

respetable (no hay que insultarse ni decir tacos, ni tampoco hablar mal de

los demás), a no manifestar ninguna emoción, ya sea de alegría, de cólera o

de tristeza, a disimular todo lo que pueda ser objeto de envidia o curiosidad,

o podría ser contado. Sabemos muchas cosas sobre los clientes, sus

recursos y su forma de vida, pero damos por sentado que ellos no deben de

saber nada sobre nosotros o lo menos posible. Así, «delante de la gente»

está prohibido decir cuánto ha costado un par de zapatos, quejarse de dolor

de tripa o decir las notas que se han sacado en el colegio, de ahí la

costumbre de arrojar un trapo sobre la tarta comprada en la pastelería, o la

de deslizar debajo de la mesa la botella de vino cuando llega un cliente. De

esperar a que no haya nadie para discutir. Si no, ¿qué van a pensar de

nosotros?

 ______________

Fragmentos 2.-

Entre los artículos del código del perfecto comerciante que me conciernen

se encuentran los siguientes:

Decir buenos días en voz alta y clara cada vez que entro o paso por el

colmado o por el café.

Ser la primera en saludar a los clientes dondequiera que me los

encuentre.

No repetir las historias que sé de ellos, ni hablar mal de ellos ni de otros

comerciantes.

No decir nunca la recaudación del día.

No darme aires, ni hacer ostentación de nada.

Conozco muy bien el precio de no cumplir estas normas, «vas a hacer que

perdamos clientes», y, como consecuencia, «que quebremos».

_____________

 

 Fragmento 3

 Me parece imposible agotar el significado y el papel que la religión tiene

en la vida de mi madre. Para mí, en 1952, mi madre era la religión.

Enmendaba la ley del colegio privado haciéndola todavía más exigente.

Algunas de las normas que más me repite son: toma ejemplo —de la

educación, de la amabilidad, o de la aplicación de tal o cual compañera—

pero no copies —los defectos de tal otra—. Sobre todo, da ejemplo —de

educación, de trabajo, de buenos modales, etcétera—. Y ¿qué pensarán de

ti?)

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