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martes, 17 de junio de 2025

LA LENGUA DE MARTÍ -GABRIELA MISTRAL

 

COMENTARIO LITERARIO
LA LENGUA DE MARTÍ
EDICIONES LOM
AÑO 2013

 

POR INGRID ODGERS TOLOZA


El libro La lengua de Martí, fue escrito por Gabriela Mistral y compilado por Jaime Quezada. No se trata de un estudio lingüístico sino de una reunión de textos, cartas, ensayos y comentarios que Mistral dedicó a la figura de José Martí, a quien admiraba profundamente.

 

Este libro recoge el vínculo espiritual e intelectual que unía a Gabriela Mistral con Martí. Para ella, Martí fue una figura tutelar de América, un maestro de ética, libertad y lengua. Mistral lo considera el más alto representante de una lengua hispánica americana que no imita, sino que crea desde lo propio, lo humano y lo trascendente.

 

En los textos reunidos por Jaime Quezada podemos observar: La devoción de Mistral por Martí como educador y patriota. Una lectura profundamente ética y espiritual de su obra. La exaltación de su estilo como modelo del castellano americano. La relación entre Martí y la América mestiza, indígena y popular, que tanto inspiró a Mistral.

 

La mirada de Gabriela Mistral no es filológica ni académica, sino afectiva, poética y profética. En su escritura, Martí aparece como una voz fundadora de nuestra identidad hispanoamericana, un hombre que usó la lengua como un instrumento de redención y dignidad.

 

La lengua de Martí, en esta versión, tiene un gran valor porque nos permite ver cómo una poeta chilena del siglo XX lee y se inspira en un poeta cubano del XIX, en un diálogo que atraviesa límites geográficos y temporales. Es el testimonio del insondable sentido continental de la obra de Martí, y de cómo su lengua inspiró a múltiples generaciones de escritores comprometidos con la justicia y la belleza.

 Pedro Henríquez Ureña[1], al que debemos muchas definiciones del hecho americano, se encargó de enderezar el vocablo torcido[2]. Él prueba que nosotros llamamos "tropicales" los estilos superabundantes y empalagosos de los subrománticos franceses hospedados aquí por escritores más segundones aún. El clima nada tiene que hacer con el pecado, y para no citar sino un caso, cerca de aquí nació y pasó la infancia esencial un poeta no dañado por la calentura del Caribe: en la Martinica vivió años Francis Jammes.

 Al revés de cuanto se ha dicho, la soberana belleza tropical de América se quedó al margen de nuestra literatura, sin influencia verdadera sobre el escritor y como rebanada de él. Ojos, oreja y piel se los hemos regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido y neutro, es lo que se encuentra en nosotros los criollos. Antes y después de José Martí ninguno se había revolcado en lo fogoso y en lo capitoso de estos suelos.

 Hay que llamar al cubano "hombre leal" por muchos capítulos, pero, principalmente, por haber llevado el resuello de su tierra y haber vaciado la cornucopia de una geografía a lo largo de toda su obra, en la expresión hablada y en la escrita.

 ¿Qué hace el Trópico en la obra de nuestro Martí, el único que lo representa?

 En primer lugar, una calidez gobernada o suelta corre por su prosa en un clima de efusión; marca sus arengas, los discursos académicos, los artículos de periódico y las simples cartas. Yo digo calidez y no digo fiebre. Tengo por ahí pespunteada una vaga teoría de los temperamentos de nuestros hombres: los que se quedan en el fuego puro y se secan y se resquebrajan, y los que viven del fuego y del agua, es decir, de un calor húmedo y se libran del resecamiento y la muerte. Martí fue de éstos. A él lo asiste siempre la brasa confortante o un rescoldo cordial. Si como pensaba Santa Teresa nuestro encargo es el de arder, y la tibieza repugna al Creador, el Diablo es uno que tirita; bien cumplió José Martí su encargo de vivir encendido y sin atizaduras artificiales. Él ardía abastecido del combustible de su temperamento cubano-español y también del Espíritu Santo que recorre su escritura en garabateo visible.

 La segunda manifestación del Trópico en Martí sería la abundancia. El Trópico es abundante por esencia y no por recargo de bandullos o períodos. El barroco fue inventado por arquitectos no tropicales, los cuales buscando ser magníficos cayeron en gordinflonerías y excrecencias.

 Más claro se verá el hecho visto en el árbol coposo: él no es un abullonado, él es la fuerza llegando a sus topes. Hay que meter la mano en la masa de sus ramas para hallar grosuras; mirado, él es esbeltamente soberbio, nada más que eso.

 En el tropicalismo de Martí, la abundancia es natural por venir de adentro, de los ríos de su savia interna. En cuanto a natural no es pesada, no carga ornamentos pegadizos; se lleva a sí misma sin pena, como los grandullones llevamos nuestra talla...

 Además, el criollo lector, congestionado de lectura, hervía de ideas, a revés de los que siguen una sola como regato en tierra pobre; el corazonazo caliente de emocional le subía a la garganta hasta en la charla corriente; el vocabulario pasmoso les entregaba a manos llenas la expresión justa y la más feliz. ¡Cómo no había de ser copioso! Lo hicieron en grande y no hay por qué una criatura ubérrima dé la espalda a su haber y se fuerce a regímenes de arroz. Corríjasele la abundancia y Martí se nos disuelve. Que los demás escritores ecuatoriales vivan sin conmoverse delante de su gracia, negocio de ellos es, mal negocio de distracción o de renegamiento; pero dejemos que este respondedor describa su aposento geográfico que es su mesa de vivir y su lecho de morir.

 El metafórico. Otra manifestación del tropicalismo martiano es la lengua espejeante de imágenes, el desatado lujo metafórico.

 Dicen que en la naturaleza tropical fauna y flora están supeditadas al ornato y por eso resultan más hermosas que productivas; dicen que son blandas y fofas sus criaturas y que su belleza engaña como la gesticulación ampulosa y buera. La verdad es que la naturaleza, que en otras partes cumple su obligación de alimentar, aquí se da el gusto de servir deslumbrando. El árbol de la goma, el cocotero, el mismo plátano llevan vitalidad suficiente para dar mucho y les quedan todavía jugos para follajes superlativos. No sé qué hay de propietario, de asalariado en la naturaleza europea donde el sembradío se ciñe a la utilidad y no le sobra nada para fantasía y locura. El Trópico nuestro se parece a Hércules, que era servicial y magnífico en una sola pieza, vale decir, hazaña.

 Pasemos esta misma generosidad a la naturaleza de Martí: Él es un divulgador de ideas, pero como la savia le alcanza, él las echará a rodar en torrente de símiles. Por otra parte, no es cosa de olvidar que él es sobre todo un poeta, que, puesto en el mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser conductor de hombres, gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una Cuba adulta y sin urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y menor, de canto absoluto.

 Como el árbol tropical que gasta mucho en la periferia florida y que engaña con que descuida el rigor del tronco, así engaña la prosa de Martí, y ha hecho decir a algún atarantado que su prosa no es sino casullas de ropería arzobispal.

 Suntuoso, es cierto, a la manera de los reyes completos que dictaban legislación, religión, costumbre y poesía, que siendo sacerdotes no descuidaron el espejo justo de trono y vestimenta y hasta solían corregir a sus costureros e inventar danzas.

 También aquí está el hombre construido en grande, que no quiere constreñirse ni mutilarse de nada y hace brazada con las cosas buenas de este mundo, hombre anti-asceta (aunque cuidase mucho de su decoro) por hallarse cerca de la naturaleza que se burla de las penitencias.

 Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí, está como otro pilar de su maestría, la metáfora espléndida. La tiene impensada y no extravagante, original y no estrambótica; la tiene virgínea Y siempre nueva, sin caer por reincidencia en la misma o en la semejante; "imaginífero" -D'Annunzio se llamaba así a sí mismo-, cuyo stock no se vaciaba nunca.

 La sabida frase del hombre que piensa en imágenes conviene a Martí como a ninguno de nosotros. Hay que caer sobre algunas páginas del Asia, en las cuales la poesía se traduce en una pura reverberación alegórico, para encontrar algo semejante a su escritura. Pero la diferencia con el lirismo asiático está en que, mientras aquél cae al atollamiento de flores y gemas, Martí nos hace siempre sentir el hueso del pensamiento bajo la floración.

 La metáfora cerebral y de química esotérica de los que han venido después, no era la suya; el corazón fogoso y fogueado era su proveedor de metáforas; así la tiene de espontánea y de cándida lo mismo en lo tierno que en lo colérico.

 Dicen que el estudio de un poeta lo dan sus metáforas por sí solas. El método es habilidoso, pero se nos quedarían afuera los buenos poetas ralos y hasta los ayunos de símil, que los hay. Para Martí el procedimiento resultará excelente. En su montaña de metáforas se puede descomponer su alma entera.

 La última manifestación de tropicalismo que anotaremos en nuestro hombre es la generosidad que le viene, en parte, de su riqueza misma. El temperamento criollo rebosa de liberalidades; él se derrama en hospitalidad y dispendios. Nosotros no somos pueblos de vísceras resecas, arca vigilada ni alarmas de vieja despensera. Este sol que, en vez de asistir solamente a la creación, la inunda y la agobia, nos ha criado en una pedagogía derrochadora. Estamos llenos de injusticias sociales, pero ellas derivan más de una organización torpe que de una sordidez con genital; andamos buscando un abastecimiento racional de nuestros pueblos y cuando lo hayamos encontrado, los sistemas económicos de la América serán mucho más humanos que los europeos.

 Todo lo quiere para su gente Martí: libertad primero, cultura y bienestar en seguida. Y como su estilo forma el aspa visible de su rueda oculta, las liberalidades de Martí se traducen en su lengua por una desenvoltura de señor acostumbrado a poseer y a dar. Voltéese en la mano el estilo de los egoistones y se les sentirá la reticencia en la sequedad y el temblorcito de la avaricia en la indigencia de la frase.

 



[1] Pedro Henríquez Ureña (Santo Domingo, 29 de junio de 1884 - Buenos Aires, 11 de mayo de 1946) fue un intelectualfilósofocrítico y escritor dominicano, con destacada participación en México y Argentina.

[2] Alfonso Sergio Calderón Squadritto (San Fernando, 21 de noviembre de 1930-Santiago, 8 de agosto de 2009)[1] fue un poetanovelistaensayista y críticoPremio Nacional de Literatura de Chile 1998.


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