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martes, 9 de septiembre de 2025

ARTÍCULO Silvina Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad

 

ARTÍCULO

Silvina Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad


La escritora argentina convierte lo cotidiano en un espejo inquietante donde la educación, la religión y la vida doméstica revelan su costado más siniestro.

Por Ingrid Odgers Toloza

Una educación basada en el miedo

En su cuento Ana Valerga, Silvina Ocampo dibuja el retrato perturbador de una mujer que enseña a niños “atrasados” con métodos tan crueles como creativos. Los amenaza con vigilantes que los llevan presos o con monumentos de mármol que cobran vida para raptarlos. Lo asombroso es que funciona: los niños obedecen y aprenden. Pero cuando la verdad se descubre, las autoridades clausuran la escuela y encarcelan a la maestra.
La paradoja es brutal: la pedagogía del miedo se castiga, pero a la vez es defendida por las madres porque dio resultados.

Casas que devoran y culpas que pesan

La misma lógica de lo siniestro se despliega en otros relatos. En La casa de azúcar, una mujer llamada Cristina se disuelve lentamente, absorbida por la casa y convertida en la difunta esposa de su marido. La metáfora es transparente: el matrimonio y la institución doméstica pueden devorar la identidad femenina.
En El pecado mortal, una niña roba una estampita en la iglesia. El acto, trivial, se transforma en catástrofe espiritual: la culpa, amplificada por la religión y la autoridad familiar, la deja atrapada en un castigo invisible.

Lo fantástico como espejo de la sociedad

Ocampo recurre a lo fantástico para desestabilizar lo cotidiano. Monumentos de piedra que caminan, casas que absorben, culpas que se vuelven gigantes: todos estos elementos funcionan como metáforas de instituciones que disciplinan y oprimen. La educación, la religión y la vida doméstica aparecen como mecanismos de control social disfrazados de virtud.

La ironía como sello

Lo más inquietante de estos relatos es su ironía. Los niños progresan gracias a métodos crueles; la mujer desaparece sin resistencia; la niña paga un precio desmesurado por una falta mínima. Ocampo no ofrece moralejas ni salidas fáciles: exhibe la crueldad en toda su crudeza y deja al lector en una zona de ambigüedad incómoda.

 

Una lectura vigente

Releer hoy a Silvina Ocampo es descubrir una vigencia feroz. Sus relatos muestran cómo la autoridad, bajo distintos ropajes, continúa moldeando y castigando la inocencia. Lo fantástico, lejos de ser un escape, se convierte en la herramienta más precisa para mostrar lo real: un mundo en el que lo siniestro se esconde tras las formas más cotidianas.

 

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