ARTÍCULO
Silvina
Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad
La escritora argentina convierte lo cotidiano en un espejo inquietante donde la educación, la religión y la vida doméstica revelan su costado más siniestro.
Por Ingrid Odgers Toloza
Una educación basada en el miedo
En su
cuento Ana Valerga, Silvina Ocampo dibuja el retrato perturbador de una
mujer que enseña a niños “atrasados” con métodos tan crueles como creativos.
Los amenaza con vigilantes que los llevan presos o con monumentos de mármol que
cobran vida para raptarlos. Lo asombroso es que funciona: los niños obedecen y
aprenden. Pero cuando la verdad se descubre, las autoridades clausuran la
escuela y encarcelan a la maestra.
La paradoja es brutal: la pedagogía del miedo se castiga, pero a la vez es
defendida por las madres porque dio resultados.
Casas que devoran y culpas que pesan
La misma
lógica de lo siniestro se despliega en otros relatos. En La casa de azúcar,
una mujer llamada Cristina se disuelve lentamente, absorbida por la casa y
convertida en la difunta esposa de su marido. La metáfora es transparente: el
matrimonio y la institución doméstica pueden devorar la identidad femenina.
En El pecado mortal, una niña roba una estampita en la iglesia. El acto,
trivial, se transforma en catástrofe espiritual: la culpa, amplificada por la
religión y la autoridad familiar, la deja atrapada en un castigo invisible.
Lo fantástico como espejo de la sociedad
Ocampo
recurre a lo fantástico para desestabilizar lo cotidiano. Monumentos de piedra
que caminan, casas que absorben, culpas que se vuelven gigantes: todos estos
elementos funcionan como metáforas de instituciones que disciplinan y oprimen.
La educación, la religión y la vida doméstica aparecen como mecanismos de
control social disfrazados de virtud.
La ironía como sello
Lo más
inquietante de estos relatos es su ironía. Los niños progresan gracias a
métodos crueles; la mujer desaparece sin resistencia; la niña paga un precio
desmesurado por una falta mínima. Ocampo no ofrece moralejas ni salidas
fáciles: exhibe la crueldad en toda su crudeza y deja al lector en una zona de
ambigüedad incómoda.
Una lectura vigente
Releer hoy
a Silvina Ocampo es descubrir una vigencia feroz. Sus relatos muestran cómo la
autoridad, bajo distintos ropajes, continúa moldeando y castigando la
inocencia. Lo fantástico, lejos de ser un escape, se convierte en la
herramienta más precisa para mostrar lo real: un mundo en el que lo siniestro
se esconde tras las formas más cotidianas.
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