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lunes, 2 de octubre de 2023

COMENTARIO LITERARIO FRAZADAS DEL ESTADIO NACIONAL JORGE MONTEALEGRE

 

COMENTARIO LITERARIO

FRAZADAS DEL ESTADIO NACIONAL

JORGE MONTEALEGRE

 EDICIONES LOM 2003

 


"Frazadas del Estadio Nacional", texto ganador del Premio Altazor en ensayo.

En esta obra encontramos a la literatura como memoria, como espacio para enfrentar el dolor y la muerte, la ignominia y el flagelo. El testimonio del autor, que, en 1973, fue detenido y llevado a la Escuela Militar, luego al Estadio Nacional y finalmente al campo de prisioneros Chacabuco. Ante los apremios y maltratos, su "fuga" fue la poesía.

En relación con su estadía forzada en el Estadio Nacional, escrito a cincuenta años del golpe militar, la frazada es la médula central, una imagen que acompaña la fuerte experiencia en el lugar de la prisión. Y es que en esta obra las frazadas son esenciales cubren del frío, arropan, son símbolo de calor de hogar, y a su vez inmovilizan, tapan los rostros, uniforman a los prisioneros y los aíslan.

"Frazadas del Estadio Nacional”, un libro que cruza testimonio, crónica, el diario, la investigación, un libro completo, que es parte de la memoria individual y también de la colectiva. Yo diría un tesoro invaluable, patrimonio chileno.

A propósito de esta obra, Laura Scarabelli - UNIVERSITÀ DEGLI STUDI DI MILANO (ITALIA)- manifiesta:

La imagen del ‘chiquillo’ que padeció sufrimientos y torturas en el Estadio, no representa su ‘otro’, el otro que dialoga con el yo, el otro que se enfrenta al yo para elaborar la experiencia del pasado, el otro que comparte con el yo un mismo espacio de la enunciación. Es un eco, una réplica, una resonancia de su ser. [1]

El autor quiere “acercarse al lolo Montealegre que tomaron preso en septiembre de 1973”, “hacerse cargo de él, convertirse en el tutor de ese chiquillo”, para “ayudarlo a retomar estos escritos para editarlos en nuestro país”[2]. No encara la imagen del pasado que lo espera inerme en el territorio denso de la memoria, se pone a su lado, lo toma de la mano y lo acompaña. En otras palabras, la figuración del mismo autor a los 19 años rompe la continuidad dialógica del soliloquio para instalar en el texto un inusitado deslizamiento. Montealegre no se refiere a sí mismo en segunda persona, no ocupa el tú, activando la dialéctica sujeto-objeto, elige la tercera, la no persona. Observamos:

“Estoy en la oscuridad, hincado, cubierto por una frazada. Tengo 19 años, pero soy más chico que los adolescentes de mi edad. Me veo más niño. Ni siquiera me veo en esta aparición ¿Qué hago bajo la frazada? Yo no soy ese lolo golpeado y enmudecido. ¿Yo no soy o ya no soy? […] Me perturba el recuerdo sin imágenes de ese chiquillo que sigue bajo la frazada. Sin vista de rayos X, como los superhéroes de sus revistas, el horizonte es su propia frazada. La oscuridad que encierra los recuerdos, los conserva y los ahoga y hay que volver a la oscuridad para que la imagen latente se revele. En ese retorno soy el joven y el viejo bajo la misma manta: nos cobija la memoria. Soy el mismo. [3]

Frazadas del Estadio Nacional es un libro histórico bellamente escrito, con una sensibilidad extrema y una honestidad sin paragón. Emocionante, estremece las fibras del ser. El autor dice:

La misa fue celebrada en medio de la precariedad, pero todo era de una hermosura profunda. La prédica fue en un lenguaje que reconocía cercano. En ella no había resignación, sino espada. Nos llamó a la unidad, nos dio fuerzas en el desamparo porque no estábamos solos. No faltó el recuerdo de Ernesto ni de Camilo. Lo que nos pasara tendría sentido si nos manteníamos íntegros. Dios estaba con nosotros y si moríamos nos encontraríamos con Él en la eternidad. Con Cristo, su Hijo, nos encontraríamos ahí mismo en el camarín 7 durante este recuerdo de su sacrificio en cuerpo y sangre: era la misa auténtica. Y rezamos un Padre Nuestro.

Una frazada, que era el manto de los pobres cristos del velódromo, era un adecuado mantel para un altar mayor que era simplemente el piso de baldosas. El cáliz podía ser el pocillo con que esperábamos los porotos o el tazón plástico para el café de higo. Cada uno de nosotros teníamos derecho a un pan diario y algunos compañeros lo donaron para la eucaristía. El sacrificio era verdadero.”

Esta magnífica obra debiera estar en cada colegio, escuela de Chile.



[1] En diálogo con las observaciones de Benveniste sobre la naturaleza de los pronombres, es importante subrayar la radical diferencia entre los pronombres yo y tú y el pronombre él. El juego dialéctico de subjetivación y desubjetivación une las primeras dos personas y excluye la tercera, que se instala en un horizonte heterogéneo, un horizonte que no comparte el mismo campo de enunciación. Como bien afirma Roberto Esposito: “lo que sostiene Benveniste es que la tercera persona no se limita a debilitar o modificar los elementos que caracterizan a las otras dos, sino que los invierte, empujándolos a un espacio externo a su formulación misma (2009: 155).

[2] Esta argumentación encuentra respaldo en las reflexiones de Butler sobre la necesidad de re-pensamiento de la estructura del sujeto y la afirmación de un yo que reconoce sus vínculos con el otro, en una relación de interdependencia. La filósofa no se refiere a una simple relación binaria entre dos sujetos preconstituidos y auto centrados. El reconocimiento del otro se funda en un movimiento de descentramiento y de contaminación, apertura. Butler reconoce una subjetividad expuesta hacia su ‘afuera’, que se abre a la contaminación y acepta su intrínseca vulnerabilidad. Este movimiento identitario, este reconocimiento a través de la pérdida de la integridad del sujeto, del sufrimiento y de la exposición, encarna una vía ética a la responsabilidad permanente hacia el otro que triza el signo de la

violencia en las mallas de un espacio solidario, fundado sobre la identificación del destino común que nos une al otro (Butler, 2009:13-48).

[3] Para una profundización de estas reflexiones, véase Foucault (1997).

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