COMENTARIO
LITERARIO
LUCILA
GABRIELA
EDICIONES
ORLANDO-2025
Lucila
Gabriela: una novela sobre el poder redentor de la palabra.
Por Ingrid Odgers Toloza
Lucila
Gabriela: una novela sobre el poder redentor de la palabra.
Por Ingrid Odgers Toloza
ENSAYO
Lo
siniestro en lo cotidiano: Comparación entre La soga y La casa de
azúcar de Silvina Ocampo
POR: Ingrid
OdgersToloza
Introducción
La
narrativa de Silvina Ocampo se caracteriza por la irrupción de lo extraño en lo
familiar, mostrando cómo los objetos y espacios cotidianos se cargan de un
poder perturbador. En este ensayo se analizarán dos de sus cuentos: La soga
y La casa de azúcar, en los que una cuerda y una vivienda —elementos
aparentemente inofensivos— se transforman en catalizadores de lo siniestro.
Ambos relatos revelan la vulnerabilidad humana ante lo fantástico, ya sea a
través de la infancia o de la vida conyugal, y muestran la potencia destructiva
que se oculta en lo doméstico.
Desarrollo
1. Objetos y espacios animados
En La
soga, una cuerda común es personificada y adquiere autonomía, hasta
convertirse en un ser obediente y al mismo tiempo letal. El niño Antoñito la
bautiza como Prímula, juega con ella como si fuese un animal, y
finalmente muere por su acción. En La casa de azúcar, es la vivienda
misma la que actúa: un espacio cargado de memoria que termina absorbiendo la
identidad de su habitante. En ambos casos, lo inerte se vuelve agente activo,
borrando la frontera entre objeto y sujeto.
2. Vulnerabilidad y desprotección
El
protagonista de La soga es un niño, símbolo de la curiosidad inocente
pero también de la fragilidad frente al peligro. La ausencia de advertencias
adultas refuerza la crítica implícita a la indiferencia social hacia la
infancia. En La casa de azúcar, la vulnerabilidad se traslada al mundo
adulto: la esposa, incapaz de resistir la sugestión del lugar, se
despersonaliza hasta confundirse con la antigua dueña. Ambos cuentos muestran
cómo lo cotidiano puede anular la voluntad humana, ya sea a través del juego
infantil o de la sugestión psicológica.
3. Ambigüedad fantástica
Ocampo
construye lo fantástico desde la ambigüedad. En La soga, el lector no
sabe si la cuerda realmente cobra vida o si todo responde a la imaginación de
Antoñito. En La casa de azúcar, la duda recae en la influencia de la
casa: ¿es un fenómeno sobrenatural o una obsesión psicológica? La autora rehúye
la explicación racional, lo que provoca un efecto inquietante que sitúa al
lector en la frontera entre realidad y fantasía.
4. Desenlaces siniestros
Ambos
relatos culminan con la derrota del ser humano. Antoñito muere golpeado por la
cuerda, mientras que la protagonista de La casa de azúcar pierde su
identidad absorbida por el espacio. En cada caso, lo cotidiano se convierte en
verdugo: la cuerda como instrumento de muerte y la casa como símbolo de
disolución del yo.
Conclusión
En La
soga y La casa de azúcar, Silvina Ocampo despliega una poética de lo
siniestro que se enraíza en lo cotidiano. Tanto la cuerda como la casa
representan cómo lo familiar puede ocultar fuerzas destructivas capaces de
subvertir la vida. Si en el primer caso lo fantástico se manifiesta en la
infancia, en el segundo se traslada a la experiencia adulta, mostrando que la
fragilidad frente a lo extraño no conoce edad. De este modo, Ocampo revela que
lo doméstico no es refugio, sino escenario de lo ominoso, donde la inocencia y
la identidad pueden ser devoradas en silencio.
ARTÍCULO
Silvina
Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad
Por Ingrid Odgers Toloza
Una educación basada en el miedo
En su
cuento Ana Valerga, Silvina Ocampo dibuja el retrato perturbador de una
mujer que enseña a niños “atrasados” con métodos tan crueles como creativos.
Los amenaza con vigilantes que los llevan presos o con monumentos de mármol que
cobran vida para raptarlos. Lo asombroso es que funciona: los niños obedecen y
aprenden. Pero cuando la verdad se descubre, las autoridades clausuran la
escuela y encarcelan a la maestra.
La paradoja es brutal: la pedagogía del miedo se castiga, pero a la vez es
defendida por las madres porque dio resultados.
Casas que devoran y culpas que pesan
La misma
lógica de lo siniestro se despliega en otros relatos. En La casa de azúcar,
una mujer llamada Cristina se disuelve lentamente, absorbida por la casa y
convertida en la difunta esposa de su marido. La metáfora es transparente: el
matrimonio y la institución doméstica pueden devorar la identidad femenina.
En El pecado mortal, una niña roba una estampita en la iglesia. El acto,
trivial, se transforma en catástrofe espiritual: la culpa, amplificada por la
religión y la autoridad familiar, la deja atrapada en un castigo invisible.
Lo fantástico como espejo de la sociedad
Ocampo
recurre a lo fantástico para desestabilizar lo cotidiano. Monumentos de piedra
que caminan, casas que absorben, culpas que se vuelven gigantes: todos estos
elementos funcionan como metáforas de instituciones que disciplinan y oprimen.
La educación, la religión y la vida doméstica aparecen como mecanismos de
control social disfrazados de virtud.
La ironía como sello
Lo más
inquietante de estos relatos es su ironía. Los niños progresan gracias a
métodos crueles; la mujer desaparece sin resistencia; la niña paga un precio
desmesurado por una falta mínima. Ocampo no ofrece moralejas ni salidas
fáciles: exhibe la crueldad en toda su crudeza y deja al lector en una zona de
ambigüedad incómoda.
Una lectura vigente
Releer hoy
a Silvina Ocampo es descubrir una vigencia feroz. Sus relatos muestran cómo la
autoridad, bajo distintos ropajes, continúa moldeando y castigando la
inocencia. Lo fantástico, lejos de ser un escape, se convierte en la
herramienta más precisa para mostrar lo real: un mundo en el que lo siniestro
se esconde tras las formas más cotidianas.
COMENTARIO LITERARIO
LA CASA DE LA ALEGRÍA
EDITH WHARTON
EDICIONES ALBA
minus 2023
Por Ingrid Odgers
Toloza
El título de las novela es una alusión a Eclesiastés 7:4
“El
corazón de los sabios habita la casa del duelo
pero el de los locos habita la casa de la
alegría”
La casa de la alegría es considerada una de las grandes novelas de
Wharton y una obra clave de la literatura estadounidense de inicios del siglo
XX. Publicada en 1905, despliega una crítica incisiva a la alta sociedad
neoyorquina de la Gilded Age, mostrando cómo los códigos sociales, el dinero y
la apariencia determinaban el destino de las mujeres.
La protagonista, Lily Bart, es un personaje: bella, inteligente, pero
atrapada en un sistema social que limita sus opciones a un matrimonio ventajoso
o la ruina social.
Wharton, que conocía desde dentro ese mundo, lo retrata con una lucidez
y una ironía demoledoras. La novela indaga en cómo la mujer era reducida al
objeto de transacción matrimonial. Lily representa la tensión entre el deseo de
autonomía y la presión por asegurar su lugar mediante un matrimonio rico. Su
resistencia para pactar con un sistema que no comparte la conduce a la
marginación.
La obra revela cómo la riqueza y el prestigio social son fuerzas
corruptoras. La “casa de la alegría” (metáfora de la sociedad refinada y sus
lujos) se presenta como un lugar vacío, sostenido por hipocresía, envidia y
cinismo. Lily Bart encarna la tragedia de la mujer que, por fidelidad a su
dignidad, termina sin un espacio en el mundo.
La autora combina crítica social con un tono elegíaco, mostrando cómo el
sistema aniquila a quien no se adapta.
Edith Wharton utiliza un realismo elegante y detallado, con
descripciones finas de los ambientes, los modales y la psicología de los
personajes. Su ironía no es burlesca, sino amarga, revelando contradicciones
morales. La estructura de la novela recuerda la tragedia clásica: la
protagonista, dotada de virtudes, cae víctima de un destino tejido por la
sociedad y sus propias vacilaciones.
La novela consolidó a Wharton como una voz crítica del mundo que
habitaba. Su mirada es cercana a la de Henry James (su amigo y referente), pero
con mayor filo social. Lily Bart es hoy considerada un símbolo de la mujer que
resiste —aunque trágicamente— los mandatos patriarcales y clasistas de su
tiempo.
La casa de la alegría es también una radiografía implacable de un
mundo donde la riqueza sustituye a la humanidad y donde el ideal femenino queda
condenado a la marginación. La vigencia de la obra está en su denuncia de cómo
las estructuras sociales pueden destruir la vida íntima y los sueños
personales.
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Introducción
La poesía chilena contemporánea ha encontrado en la voz femenina un espacio de denuncia, confesión y memoria. Ana Montrosis (Valdivia, 1969), con su libro La muerte de Fausto (Editorial Santa Inés, 2019), construye un registro poético donde lo íntimo y lo colectivo se entrelazan en imágenes que oscilan entre lo corporal y lo mítico. Su obra ha sido reconocida con el Premio Municipal de Literatura de San Bernardo en 2020, lo que confirma su relevancia en la escena poética actual.
Este artículo propone una lectura comparativa de los poemas “No quiero morir” y “Ciudad sagrada”, atendiendo a cómo ambos textos configuran una memoria histórica desde la experiencia íntima. Memoria histórica y duelo colectivo En “No quiero morir”, la voz lírica resiste al mandato amoroso de “morir de amor”, vinculando esa negativa con el recuerdo de las “ciudades mal escritas” y los “muertos del Chena”. La alusión al río Chena, espacio asociado a ejecuciones en dictadura, introduce la memoria política como trasfondo inseparable del dolor íntimo.
Como señala Ana Pizarro, “la literatura chilena contemporánea es un campo donde el testimonio se entrecruza con la subjetividad, generando un discurso de memoria encarnada” (Pizarro, 2004, p. 57). Por su parte, “Ciudad sagrada” construye un paisaje rural y mítico que, lejos de la pureza inicial, revela la persistencia de la muerte: “aún tengo a esos muertos en el estómago”. Aquí la ciudad, sin cementerio, se convierte en un símbolo del país que silencia sus duelos, obligando al cuerpo poético a cargarlos internamente.
El cuerpo como territorio de la memoria
Ambos poemas convierten el cuerpo en depositario del trauma histórico.
En “No quiero morir”, el yo poético proyecta su resistencia hacia lo aéreo (“inyectarme en un celaje”), pero arrastra amor, odio y silencio colectivo.
En “Ciudad sagrada”, el cuerpo se transforma en tumba viviente: los muertos habitan en el estómago, metáfora visceral de la imposibilidad de expulsar el duelo. En este sentido, Montrosis dialoga con Gabriela Mistral, quien en Lagar (1954) también concibió el cuerpo como espacio donde lo íntimo y lo histórico se funden en canto dolorido. Lenguaje y resistencia
El lenguaje aparece en ambos textos como campo de lucha. En “No quiero morir”, la voz lírica afirma: “No quiero esa forma de paralizar la escritura y su temática”, estableciendo la escritura como acto de supervivencia.
En “Ciudad sagrada”, el dolor se ubica “en medio del lenguaje”, explicitando que la palabra misma es el lugar donde se inscribe la herida colectiva.
Según Nelly Richard, “la escritura femenina en Chile ha trabajado contra la hegemonía del olvido, produciendo memorias fragmentarias que interrumpen el discurso oficial” (Richard, 1998, p. 33).
Conclusión
La poesía de Ana Montrosis, particularmente en La muerte de Fausto, revela cómo la memoria histórica se articula desde lo íntimo y lo corporal. “No quiero morir” y “Ciudad sagrada” muestran que los duelos colectivos no son ajenos a la subjetividad: se inscriben en el cuerpo y se reactivan en el lenguaje. Montrosis, al igual que Violeta Parra o Carmen Berenguer, convierte la herida personal en canto social, sosteniendo una voz insumisa que se niega al silencio. Su obra se sitúa, así, en el cruce entre confesión lírica y testimonio histórico, reafirmando la potencia de la poesía como espacio de memoria y resistencia.
Referencias •
COMENTARIO LITERARIO
UN MUNDO PARA JULIUS
ALFREDO BRYCE
ECHENIQUE
Un mundo para Julius (1970) es una de las novelas más emblemáticas de la narrativa peruana contemporánea y una obra clave de la literatura latinoamericana del siglo XX. Es el primer libro de Alfredo Bryce Echenique, y con él irrumpió en el panorama literario con una voz única: sarcástica, lúcida y profundamente humana.
La novela narra la infancia y adolescencia de Julius, un niño
de la alta aristocracia limeña de mediados del siglo XX. Desde su mirada
inocente pero observadora, el lector se adentra en un mundo de privilegios,
desigualdades y contradicciones sociales. Julius, sensible y ajeno a la
frialdad del entorno al que pertenece, comienza a cuestionar la rigidez de su
clase, los prejuicios raciales y el trato desigual hacia los sirvientes, a
quienes él considera parte de su familia.
Uno de los elementos más destacables de la novela es el
contraste entre la ternura del protagonista y la crudeza del entorno que lo
rodea. Bryce utiliza un lenguaje sofisticado pero fluido, lleno de ironía,
ternura y aguda crítica social. La voz narrativa —que oscila entre el narrador
omnisciente y los pensamientos del propio Julius— permite al lector
experimentar tanto la sensibilidad del niño como la mirada satírica del autor
sobre la clase alta limeña.
El mundo que rodea a Julius es hipócrita, racista y egoísta.
Su madre, Susan, es frívola; su padrastro Juan Lucas es autoritario y abusivo;
y la élite social se muestra indiferente ante la pobreza y la servidumbre.
Julius, en cambio, desarrolla un sentido de justicia y empatía que lo separa
del modelo dominante. Su desajuste dentro de su propia clase no es solo un
conflicto psicológico, sino una metáfora del desencanto de una generación
frente a un orden social excluyente.
Desde una perspectiva literaria, la obra recoge influencias
del modernismo anglosajón y del realismo latinoamericano, con toques que
anticipan el post-boom, diferenciándose del realismo mágico que predominaba en
esa época. El retrato de Lima es vívido y dolorosamente realista, con una
geografía marcada por la segregación y la decadencia moral.
Un mundo para Julius es una denuncia sutil y eficaz del clasismo, la desigualdad y la deshumanización que habita en las élites latinoamericanas. A través de los ojos de Julius, Alfredo Bryce Echenique nos ofrece una crítica social conmovedora y elegante, que revela con ironía y compasión las fisuras de un mundo privilegiado que no admite miradas inocentes.
El estilo literario de Un mundo para Julius se caracteriza por su elegancia narrativa, su capacidad de crítica mediante la ternura y la ironía, y por un uso magistral del lenguaje indirecto libre que capta la subjetividad del niño protagonista. Bryce Echenique consigue una obra en la que forma y contenido se potencian mutuamente: la fragilidad de Julius se traduce en una escritura fluida, inteligente y profundamente conmovedora.
ANTONIA
SANDOVAL
EDICIONES LA
OTRA COSTILLA 2024
¿a qué viene tanto absurdo
pavoneo y afectación?
¿por qué arropamos todo lo
que decimos con un énfasis especial
cuando lo único que hace
falta es limitarse a decir aquello que debe decirse? “La muerte de un héroe” (Bukowski [2002] 2005
Se abre el libro y encontramos:
Estoy hasta la
coronilla
Tanto que se estruja mi
cabeza
Me brotan los gusanos
Se astilla mi cerebro
Ya no siento
La tomo desde arriba
Pateo mi tiara
Resurjo
Me despliego como
damisela
Me emputo
Recuerdo el origen del
emputecimiento
Y escupo…
En
este libro de poemas, no encontramos belleza ni paisajes suaves que nos dulcifiquen
el alma. La obra de Antonia es una mirada a lo que se oculta detrás de las
máscaras que usamos, a las heridas que elegiríamos olvidar y a la rabia que
dejamos escapar cuando nadie nos observa. Este es un espacio donde lo sucio, lo
roto y lo imperfecto tienen voz.
Cabe
señalar, que el realismo sucio no es un estilo literario para quienes buscan
consuelo en las palabras. Es para los que se atreven a mirar el mundo tal como
es: fragmentado, sucio, a veces insoportable. Aquí, la poesía no se disfraza ni
se adorna con metáforas inalcanzables; es un grito sincero, a menudo
incomprendido, que surge de lo más profundo de la experiencia humana.
Si
estás preparado/a para ver la creación sin filtros, si puedes aceptar que la
belleza y la fealdad son hermanas, entonces lee. Quizás en medio de todo esto,
hallarás algo real.
Así
tenemos en el poema XIII:
Las
heces de animal se desglosan por el suelo. La pared
pareciera
recibir golpes, de lo porosa que se encuentra.
El
cielo calcina a la gente….
Pedicabo
ego vos et irrumabo
—decía el poeta latino Catulo. Un verso bello, rítmico, lleno de belleza
léxica… Lo que significa no acompaña. Este escritor, harto de los comentarios
de dos de sus compañeros, les dedicó este poema y este primer verso que, a la
sazón, en una traducción algo libre, vendría a decir: por el culo os voy a
dar y por la boca. Hablo de un poema del poeta romano del s. I a.c., no de
ninguna obra de voz innovadora, me refiero a Cayo Valerio Catulo, poeta romano,
casi, si no me equivoco, veintitantos
siglos de distancia.
El
realismo sucio, es un enfoque que retrata la realidad cruda, desgarradora y a
menudo grotesca de la vida cotidiana. Este estilo literario busca mostrar la
realidad sin adornos ni idealizaciones y acá surge el nombre Bukowski
En multitud
de ocasiones se cita a Bukowski como poeta inspirador y al que seguir, como si
antes de Bukowski no hubiese nada igual, y este poeta se erigiera como el poeta
de lo escatológico y lo sexual.
En
Latinoamérica, con gran influencia de los literatos estadounidenses, el realismo
sucio está generalmente asociado a una estética de violencia, donde los
personajes mueren repentinamente y de forma violenta través de la escritura se
hacen patentes temas como la crueldad de los barrios marginales de las grandes
ciudades, la violencia, la lucha contra el hambre como mayor preocupación, las
necesidades y los deseos inmediatos e íntimos de los personajes que forman
parte de la clase baja generalmente, etc.[1]
Esta
obra me recuerda, además, al poeta Ted
Hughes[2],
donde muchos de sus poemas contienen una visión sombría del mundo, con una
exploración de la violencia, el sufrimiento y la muerte. La violencia, tanto
física como psicológica, está presente en muchas de sus composiciones. Como una
guinda para la torta, podemos decir que Silvia Plath[3],
admite, en sus diarios de vida, sus propios intentos por explorar la animalidad
y salvajismo que distinguen la obra de Hughes.
Finalizar
indicando que Antonia Sandoval, nos entrega una obra pujante, dinámica, casi
bárbara. Fiereza que estremece y retumba. Es poseedora de una
estética plástica, su verso es rico en imágenes, lenguaje crudo, sin adornos,
directo y vital.
Ingrid Odgers Toloza
COMENTARIO LITERARIO
LA LENGUA DE MARTÍ
EDICIONES LOM
AÑO 2013
POR INGRID ODGERS TOLOZA
El libro La lengua de Martí, fue escrito
por Gabriela Mistral y compilado por Jaime Quezada. No se trata de un estudio
lingüístico sino de una reunión de textos, cartas, ensayos y comentarios que
Mistral dedicó a la figura de José Martí, a quien admiraba profundamente.
Este libro recoge el vínculo espiritual
e intelectual que unía a Gabriela Mistral con Martí. Para ella, Martí fue una
figura tutelar de América, un maestro de ética, libertad y lengua. Mistral lo
considera el más alto representante de una lengua hispánica americana que no
imita, sino que crea desde lo propio, lo humano y lo trascendente.
En los textos reunidos por Jaime Quezada
podemos observar: La devoción de Mistral por Martí como educador y patriota. Una
lectura profundamente ética y espiritual de su obra. La exaltación de su estilo
como modelo del castellano americano. La relación entre Martí y la América
mestiza, indígena y popular, que tanto inspiró a Mistral.
La mirada de Gabriela Mistral no es
filológica ni académica, sino afectiva, poética y profética. En su escritura,
Martí aparece como una voz fundadora de nuestra identidad hispanoamericana, un
hombre que usó la lengua como un instrumento de redención y dignidad.
La lengua de Martí, en esta versión, tiene un gran valor porque nos permite
ver cómo una poeta chilena del siglo XX lee y se inspira en un poeta cubano del
XIX, en un diálogo que atraviesa límites geográficos y temporales. Es el
testimonio del insondable sentido continental de la obra de Martí, y de cómo su
lengua inspiró a múltiples generaciones de escritores comprometidos con la
justicia y la belleza.
[1]
Pedro Henríquez Ureña (Santo Domingo, 29 de junio de 1884 - Buenos Aires, 11 de mayo
de 1946) fue un intelectual, filósofo, crítico y escritor dominicano, con destacada participación en México y Argentina.
[2] Alfonso Sergio Calderón Squadritto (San Fernando, 21 de noviembre de 1930-Santiago, 8 de agosto de 2009)[1] fue un poeta, novelista, ensayista y crítico, Premio Nacional de Literatura de
Chile 1998.