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viernes, 25 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO MEMORIA DE CHICA ANNIE ERNAUX

COMENTARIO LITERARIO

MEMORIA DE CHICA

ANNIE ERNAUX

Traducción: Lydia Vázquez Jiménez, 2016

VINS- 2016

I know it sounds absurd but please tell me who I am. SUPERTRAMP



POR: Ingrid Odgers Toloza

 

Memoria de chica es una obra autobiográfica de Annie Ernaux, donde trabaja con dos narradores, en tercera y primera persona. Utiliza diversos flash back y encontramos raccontos.

Con una escritura muy clara, detallada en momentos, va relatando pasajes de su vida en la colonia donde trabajó un verano como monitora. Como toda chica espera encontrar una historia de amor.

Este es el verano de su primera relación sexual, que no es la soñada más parece una violación, pero su ingenua mente la idealiza: es el conocimiento del sexo del macho. La autora escribe después de esta primera experiencia:

 

Desde H, necesita un cuerpo de hombre pegado a ella, unas manos, un sexo erguido. La erección consoladora. Está orgullosa de ser un objeto de deseo, y la cantidad le parece la prueba de su valor de seducción.

Entrelaza su narración con recuerdos de películas tales como En caso de desgracia, de Autant-Lara con Brigitte Bardot, y escribe:

 

 “Estupefacción de ver hasta qué punto me comportaba como Bardot con los hombres en el 58, las meteduras de pata que cometía, o la naturalidad que tenía, diciéndole a uno que había ligado con otro. Sin regla ninguna. Es la imagen de mí que más he rechazado”.

 

Tanto en la colonia como en el instituto, en medio de las connivencias respectivas, se descubre anónima e invisible. Sus complejos de inferioridad y superioridad la acompañan en todo ámbito. Indica con total literalidad su desadaptación total, cruel, inhumana. Su conducta que la genera o rige es su baja esfera social, crea intranquilidad y desarmonía, es ella la que está fuera de lugar en todo momento y esa incomodidad se siente y lacera como su deseo, su enajenación, su bobería, su engreimiento, su hambre y su amenorrea incomprensible.

 

Es como ella dice: La escritura es explorar el abismo entre la espantosa realidad de lo que ocurre. La gran memoria de la vergüenza, más minuciosa, más intratable que cualquier otra. Esa memoria que es en suma el don de la vergüenza.

 

Annie Ernaux posee una escritura descarnada, y esta es una característica notoria en todos sus textos.

 

 

FRAGMENTO 1

 

Vuelvo a ver la escena una y otra vez, con aquel horror que no se ha atenuado, el de haber sido tan miserable, una perra que viene a mendigar una caricia y recibe una patada. Pero ese repaso reiterado no consigue acabar con la opacidad de un presente desaparecido desde hace medio siglo, y deja intacta e incomprensible la aversión de la otra chica hacia mí.

Solo queda una certeza: Annie D, la niñita mimada, el ojito derecho de sus padres, la alumna brillante, es, en ese momento preciso, un objeto de desprecio e irrisión en la mirada de Monique C y Claude L, de todos aquellos que ella habría querido por iguales.

 

FRAGMENTO 2

 

La estoy viendo, a Annie D, sumida en su deseo, en el cénit de su fuerza. No puede ir más allá en la negación de todo lo que no es su deseo de H, creyendo que querrá estar con ella de nuevo, creyéndolo aun después de que, esa misma noche, habiéndose presentado ella en su cuarto, él la haya rechazado terminantemente, ultrajado, por haber «estado con Jacques R» — e incluso después de que ella se haya enterado de que Catherine, la maestra rubia, novia de un recluta en Argelia, como da fe el anillo de piedra azul con las letras grabadas FM colocadas a diario junto a su plato, la ha sustituido en la cama del monitor jefe—.

Ella quiere que él le haga gestos, todos los gestos que traduzcan su deseo de ella. Ella quiere que él goce de ella, que agote su placer con ella.

Ella no espera ninguno para sí misma.

No renuncia a él, espera solamente que una noche quiera estar con ella, por capricho, por cansancio de la rubia, por piedad, qué más da. Su necesidad de él, de que se adueñe de su cuerpo la vuelve ajena a todo sentimiento de dignidad.

A causa de su caída de ojos, su boca gruesa, su corpulencia, le encuentra cierto parecido a Marlon Brando. No carece de importancia que algunas monitoras digan en voz baja que es grande y fuerte. Y tonto. Ella le llama en su fuero interno el Arcángel.

 

 

FRAGMENTO 3

A medida que voy avanzando, la suerte de sencillez anterior del relato ubicado en mi memoria desaparece. Ir hasta el final de 1958 significa aceptar la pulverización de las interpretaciones acumuladas a lo largo de los años. No pulir nada. No construyo un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui.

Una sospecha: ¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha contra la realidad? (Llego a pensar que mis libros precedentes no son sino aproximaciones, vistos desde este punto de vista).

Quizá también cuestionar la figura del escritor al que se me remite, destruirla, empeñarme en denunciar una impostura, algo así como «no soy esa que piensa todo el mundo», eco no tan remoto de «soy esa a la que soba todo el mundo», que los monitores me soltaban entre risas burlonas al pasar.

Lo que viene después, la cuestión de la escritura de lo que viene después cuando H no quiere saber nada de ella y ella no quiere saber nada de Jacques R.

¿Cómo entrar ahora en la deriva encantada de esa chica, su sensación de vivir el momento más excitante de su vida, que la vuelve insensible a todas las burlas, a todos los sarcasmos, a todas las apostillas insultantes?

¿En qué modo —trágico, lírico, romántico, humorístico incluso, tampoco sería tan difícil— relatar lo que ha vivido en S con una tranquilidad y una hibris que han sido juzgadas por los otros, todos los otros, como algo totalmente insano cuando no mero putiferio?

¿Debo escribir que, diez años antes de la revolución de Mayo, yo era sublime de puro intrépida, una vanguardista de la libertad sexual, un avatar de Bardot en Y Dios creó a la mujer —que yo no había visto— y adoptar en consecuencia un tono jubiloso, ese que anima la carta que tengo ante mis ojos, enviada a Marie-Claude a finales de agosto del 58?: «En lo que a mí respecta, todo va lo mejor posible en el mejor de los mundos […] me he acostado toda una noche con […] el monitor jefe. ¿Una revelación así te choca? Pues también me acosté con uno de los educadores físicos al día siguiente. Ya está. Soy amoral y cínica. Lo peor es que no siento remordimientos. En el fondo es tan simple que dos minutos después ya no pienso en ello». En esta hipótesis, observo a la chica de S con la mirada de hoy cuando, salvo el incesto y la violación, nada sexual es condenable,

cuando leo en Internet «Vanessa pasa las vacaciones en un hotel de intercambio de parejas». ¿O bien decido adoptar el punto de vista de la sociedad francesa de 1958 que estimaba el valor de una chica por su «conducta», y entonces decir que la chica en cuestión da pena de puro inconsciente y cándida, de puro ingenua, y hacerle cargar a ella con la responsabilidad de todo lo acaecido? ¿Debería alternar constantemente una y otra visión histórica —1958/2014—? Sueño con una frase que las contuviera a las dos, sin la menor fricción, simplemente por jugar con una nueva sintaxis.

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