COMENTARIO LITERARIO
MEMORIA DE CHICA
ANNIE ERNAUX
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez, 2016
VINS- 2016
I know it sounds absurd but please tell me who
I am. SUPERTRAMP
POR: Ingrid
Odgers Toloza
Memoria
de chica es una obra autobiográfica de Annie Ernaux, donde trabaja con dos
narradores, en tercera y primera persona. Utiliza diversos flash back y
encontramos raccontos.
Con
una escritura muy clara, detallada en momentos, va relatando pasajes de su vida
en la colonia donde trabajó un verano como monitora. Como toda chica espera
encontrar una historia de amor.
Este
es el verano de su primera relación sexual, que no es la soñada más parece una violación,
pero su ingenua mente la idealiza: es el conocimiento del sexo del macho. La
autora escribe después de esta primera experiencia:
Desde
H, necesita un cuerpo de hombre pegado a ella, unas manos, un sexo erguido. La
erección consoladora. Está orgullosa de ser un objeto de deseo, y la cantidad
le parece la prueba de su valor de seducción.
Entrelaza
su narración con recuerdos de películas tales como En caso de desgracia,
de Autant-Lara con Brigitte Bardot, y escribe:
“Estupefacción de ver hasta qué punto me comportaba
como Bardot con los hombres en el 58, las meteduras de pata que cometía, o la
naturalidad que tenía, diciéndole a uno que había ligado con otro. Sin regla
ninguna. Es la imagen de mí que más he rechazado”.
Tanto
en la colonia como en el instituto, en medio de las connivencias respectivas,
se descubre anónima e invisible. Sus complejos de inferioridad y superioridad
la acompañan en todo ámbito. Indica con total literalidad su desadaptación
total, cruel, inhumana. Su conducta que la genera o rige es su
baja esfera social, crea intranquilidad y desarmonía, es ella la que está fuera
de lugar en todo momento y esa incomodidad se siente y lacera como su deseo, su
enajenación, su bobería, su engreimiento, su hambre y su amenorrea
incomprensible.
Es
como ella dice: La escritura es explorar el abismo entre la espantosa
realidad de lo que ocurre. La gran memoria de la vergüenza, más minuciosa, más
intratable que cualquier otra. Esa memoria que es en suma el don de la
vergüenza.
Annie
Ernaux posee una
escritura
descarnada,
y esta es una característica notoria en todos sus textos.
FRAGMENTO 1
Vuelvo
a ver la escena una y otra vez, con aquel horror que no se ha atenuado, el de
haber sido tan miserable, una perra que viene a mendigar una caricia y recibe
una patada. Pero ese repaso reiterado no consigue acabar con la opacidad de un
presente desaparecido desde hace medio siglo, y deja intacta e incomprensible
la aversión de la otra chica hacia mí.
Solo
queda una certeza: Annie D, la niñita mimada, el ojito derecho de sus padres,
la alumna brillante, es, en ese momento preciso, un objeto de desprecio e
irrisión en la mirada de Monique C y Claude L, de todos aquellos que ella
habría querido por iguales.
FRAGMENTO
2
La
estoy viendo, a Annie D, sumida en su deseo, en el cénit de su fuerza. No puede
ir más allá en la negación de todo lo que no es su deseo de H, creyendo que
querrá estar con ella de nuevo, creyéndolo aun después de que, esa misma noche,
habiéndose presentado ella en su cuarto, él la haya rechazado terminantemente,
ultrajado, por haber «estado con Jacques R» — e incluso después de que ella se
haya enterado de que Catherine, la maestra rubia, novia de un recluta en
Argelia, como da fe el anillo de piedra azul con las letras grabadas FM
colocadas a diario junto a su plato, la ha sustituido en la cama del monitor
jefe—.
Ella
quiere que él le haga gestos, todos los gestos que traduzcan su deseo de ella.
Ella quiere que él goce de ella, que agote su placer con ella.
Ella
no espera ninguno para sí misma.
No
renuncia a él, espera solamente que una noche quiera estar con ella, por
capricho, por cansancio de la rubia, por piedad, qué más da. Su necesidad de
él, de que se adueñe de su cuerpo la vuelve ajena a todo sentimiento de
dignidad.
A
causa de su caída de ojos, su boca gruesa, su corpulencia, le encuentra cierto
parecido a Marlon Brando. No carece de importancia que algunas monitoras digan
en voz baja que es grande y fuerte. Y tonto. Ella le llama en su fuero interno
el Arcángel.
FRAGMENTO
3
A
medida que voy avanzando, la suerte de sencillez anterior del relato ubicado en
mi memoria desaparece. Ir hasta el final de 1958 significa aceptar la
pulverización de las interpretaciones acumuladas a lo largo de los años. No
pulir nada. No construyo un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui.
Una
sospecha: ¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida
para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha
contra la realidad? (Llego a pensar que mis libros precedentes no son sino
aproximaciones, vistos desde este punto de vista).
Quizá
también cuestionar la figura del escritor al que se me remite, destruirla,
empeñarme en denunciar una impostura, algo así como «no soy esa que piensa todo
el mundo», eco no tan remoto de «soy esa a la que soba todo el mundo», que los
monitores me soltaban entre risas burlonas al pasar.
Lo
que viene después, la cuestión de la escritura de lo que viene después cuando H
no quiere saber nada de ella y ella no quiere saber nada de Jacques R.
¿Cómo
entrar ahora en la deriva encantada de esa chica, su sensación de vivir el
momento más excitante de su vida, que la vuelve insensible a todas las burlas,
a todos los sarcasmos, a todas las apostillas insultantes?
¿En
qué modo —trágico, lírico, romántico, humorístico incluso, tampoco sería tan
difícil— relatar lo que ha vivido en S con una tranquilidad y una hibris que
han sido juzgadas por los otros, todos los otros, como algo totalmente insano
cuando no mero putiferio?
¿Debo
escribir que, diez años antes de la revolución de Mayo, yo era sublime de puro
intrépida, una vanguardista de la libertad sexual, un avatar de Bardot en Y
Dios creó a la mujer —que yo no había visto— y adoptar en consecuencia un tono
jubiloso, ese que anima la carta que tengo ante mis ojos, enviada a
Marie-Claude a finales de agosto del 58?: «En lo que a mí respecta, todo va lo
mejor posible en el mejor de los mundos […] me he acostado toda una noche con
[…] el monitor jefe. ¿Una revelación así te choca? Pues también me acosté con
uno de los educadores físicos al día siguiente. Ya está. Soy amoral y cínica.
Lo peor es que no siento remordimientos. En el fondo es tan simple que dos
minutos después ya no pienso en ello». En esta hipótesis, observo a la chica de
S con la mirada de hoy cuando, salvo el incesto y la violación, nada sexual es
condenable,
cuando leo en Internet «Vanessa pasa las vacaciones en un hotel de intercambio de parejas». ¿O bien decido adoptar el punto de vista de la sociedad francesa de 1958 que estimaba el valor de una chica por su «conducta», y entonces decir que la chica en cuestión da pena de puro inconsciente y cándida, de puro ingenua, y hacerle cargar a ella con la responsabilidad de todo lo acaecido? ¿Debería alternar constantemente una y otra visión histórica —1958/2014—? Sueño con una frase que las contuviera a las dos, sin la menor fricción, simplemente por jugar con una nueva sintaxis.
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