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lunes, 30 de septiembre de 2019

LA BESTIA DEL CORAZÓN de Herta Müller

LA BESTIA DEL CORAZÓN
Título original: Herztier
Herta Müller, 1994
Traducción: Bettina Blanch Tyroller
Por Ingrid Odgers






Aún hoy no puedo imaginarme una tumba. Sólo [sic] un cinturón, una ventana, una nuez y una soga. Cada muerte es para mí como un saco.
Herta Müller.

“Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días,
hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque
sea la pregunta: ¿TENÉS UN PAÑUELO?” (Herta Müller, Discurso del Nobel 2009)

“…El padre nunca se vio obligado a huir. Había llegado al mundo cantando. Había hecho cementerios…Una guerra perdida, un soldado de las SS que vuelve a casa… Había hecho cementerios y no tardó en hacerle un hijo a la mujer…”


Nicolae Ceaușescu, Gobernó la República Socialista de Rumania desde 1967 hasta su ejecución en 1989 y fue secretario general del Partido Comunista Rumano en el periodo 1965-1989.

El mundo no había esperado a nadie, me decía. No tenía que andar, comer, dormir y amar con miedo, manifestaba la joven narradora de este libro de Herta Muller.

En esta obra se desplaza rígida y amarga la rutina y el hastío de quienes viven bajo la dictadura en medio de la corrupción y la violación de sus derechos humanos. La cesantía atrapa a la mayoría y los locos abundan demostrando su enorme libertad y el abandono total. Ninguno tiene el trabajo soñado y a veces quedan sin empleo para volver vagabundear por las calles sin una luz de amor y  sin ni un solo vestigio de ilusión.

Una amistad se forja entre los continuos registros de casas, e interrogatorios que descubren la desnudez  de la narradora una y otra vez. La atmósfera es dura, hiere profundamente, porque no se vislumbra ni una chispa de esperanza, es la represión y la ausencia de casi todo, lo moral, lo ético.

El hambre es tanta que muchos roban y comen ciruelas hasta reventarse mientras en las calles, la indiferencia y el silencio rugen juntos tal si fueran gemelos de nacimiento.

La muerte ronda en la narradora y sus amigos, pero ellos se abocan a escribir como una forma de mostrarse vivos y libres en medio de sus prisiones y miedos.

El desánimo y los suicidios (la pregunta es:
¿Realmente eran suicidios?), se encuentran una y otra vez con el anhelo de salir del país y poder respirar a sus anchas en libertad. A fin de cuentas creían que el hogar está donde estás tú.

Estábamos agotados, hartos de la muerte inminente del dictador, de los muertos durante las fugas, sin darnos cuenta nos acercábamos cada vez más a la obsesión por la fuga.

Para los cuatro jóvenes, nada era más entretenido que  confeccionar la lista de muertos durante la fuga de los que habían oído hablar, luego las enviaban al extranjero, como una forma de resistirse a los aciagos tiempos que les había tocado vivir. En realidad el amor y las relaciones sexuales eran fríos, efímeros e insustanciales y la amistad era necesaria para estos amigos, porque el miedo les llenaba y retumbaba los oídos. El valor de la amistad lo respiramos en cada página., tanto como el fracaso de esta juventud en tiempos infernales.
Herta Mûller, soportó y escribió sobre la dictadura sin nombrar al dictador,  escribió desde una estética de lo aciago,  de lo fatídico, desde la decadencia social, donde las uñas y las tijeras, la modista y el barbero, cobran importancia vital.

¿Deshumanización o desnaturalización?
A pensarlo…
Sin duda, la opresión y represión nos aturde con su lumbre.
Lo otro seguro  es que la bestia del corazón, es el latido que nos da vida y fuerza para seguir y luchar.







Fragmento:

Cada uno de nosotros imaginaba cómo abandonar a los amigos a través del suicidio. Y les reprochaba, sin jamás hablar de ello, el hecho de tener que pensar en ellos y de no haber llegado a tal extremo por su causa. De ese modo, cada uno de nosotros se tornaba vanidoso y tenía siempre a mano el silencio que culpaba a los demás por el hecho de que tanto él como ellos siguieran vivos.


Fragmento 2:

Entre el invierno y la primavera tuve noticia de cinco cadáveres en el río, que habían quedado atrapados en la maleza acuática más allá de la ciudad. Todos  hablaban de ello como si se tratara de las enfermedades del dictador
Nuestra risa era dura, nos clavábamos el dolor los  unos en los otros. Tardábamos poco, porque nos conocíamos a fondo. Sabíamos a la perfección qué dolía al otro. Nos excitaba que el otro sufriera. Queríamos que se  desmoronara por el peso del amor en estado puro y percibiera su escaso aguante.
Cada insulto era el preludio del siguiente, hasta que por fin el insultado callaba. Y  aún seguíamos un rato. Durante un rato seguíamos arrojando palabras a su rostro como si de saltamontes en un campo carcomido se tratara.
El miedo nos había permitido penetrar en los otros más de lo que está permitido.
En aquella confianza tan profunda necesitábamos el cambio que se produjo de improviso. El odio podía pisotear y destruir. Segar el amor en la intimidad, porque el amor volvía a crecer como la hierba alta. Las disculpas borraban los impulsos con la rapidez con que se contiene el aliento.
La pelea buscada siempre era intencionada, sólo sus secuelas eran imprevistas. Al final de la furia, siempre se expresaba amor sin inventar palabras. Siempre había  amor, pero en las peleas tenía garras.

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