TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO
HERTA MULLER
Título original: Atemschaukel
SIRUELA 2009
Por Ingrid Odgers
Viajamos en una maleta, donde guardamos el
crimen del pan, los recuerdos, las pesadillas, los engaños que afectan a quien intenta conseguir sustento,
el cemento, el carbón, las mujeres de cal. Todo ocurre en un campo de trabajos
forzados. Es una maleta que cargan ojos hinchados
y húmedos y la boca entreabierta por el esfuerzo de alzarla y sostenerla en las
manos.
Es Herta Muller, la escritora que nos presenta a Leopold
Auberg, un joven alemán residente en Rumanía (como la autora era) llevado por
los rusos a un campo de internamiento ucraniano. Sus años en el gulag componen
el grueso del libro.
Nos acercamos en esta obra a los dos más grandes objetos
de valor:
El azúcar y la sal. Nos encontramos el pan seco, a base
de ahorrarlo, quitándoselo de la boca, y oculto debajo de la almohada. El pan
así descrito es una fortuna y se vigila
él mismo entre un cencerreo lamentable de toses, carraspeos, ronquidos, pedos,
suspiros que se producen durante el sueño. Y es que todos caen en la trampa del
pan.
En la trampa de resistir en el desayuno, en la trampa de
intercambiarlo en la cena, en la trampa de la noche con el pan ahorrado bajo la
cabeza.
Herta Muller nos habla de la peor trampa del ángel del
hambre, que es la trampa de la resistencia: tener hambre y
tener pan, pero no comerlo.
Ser más duro con uno mismo que la tierra congelada. El
ángel del hambre dice todas las mañanas: Piensa en la noche.
Por la noche, delante de la sopa de col, se intercambia
pan, porque el pan propio parece siempre más pequeño que el ajeno. Y a los
demás les sucede lo mismo, el pan intercambiado con los de la liebre blanca (los
de cara hundida, adelgazada por la falta
de pan), se llama pan de mejilla.
Es la sociedad intérlope que se forma en el campo de trabajo, donde gente
de todas partes deambula como en un hotel en el que se reside una temporada. Y
es esta una extensa temporada de siete años de mísera existencia, de trabajos
durísimos, expuesto a los peores contagios, que reservaré, para que quienes
lean esta novela puedan conocerlos de primera mano y/o ante sus ojos.
Las expresiones
como sociedad intérlope, hotel y temporada, se suceden una tras otra en esta
novela de Muller, donde la recompensa de un día libre no le es útil a nadie. Tampoco
al protagonista: Leopold Auberg. El azúcar y la sal son urgentes y el pan el
deseo máximo de todos y todas.
Encontramos un personaje principal debilitado y de ojos
secos…ya no quedan sentimientos, permanece la brutal indiferencia de las
personas y el veneno de las sustancias químicas.
La novela es un conjunto de relatos, escritos con
sencillez y en forma metafórica, en primera persona.
El lector experimentará el hambre, el trabajo continuo,
el indescriptible tedio y las penurias
apiadándose de los prisioneros hasta romper su alma de congoja.
Sobran las palabras.
FRAGMENTO 1:
El hambre es un objeto.
El ángel se ha metido en el cerebro.
El ángel del hambre no piensa. Piensa correctamente.
Él nunca falla.
Conoce mis límites y sabe su dirección.
Sabe mi procedencia y conoce su acción.
Lo sabía antes de encontrarme, y conoce mi futuro.
Está adherido como mercurio a todos los capilares. Un dulzor en el paladar.
Ahí la presión atmosférica ha comprimido estómago y tórax. Miedo es demasiado. Todo
se ha vuelto ligero.
El ángel del hambre camina, por un lado, con un ojo abierto. Vacilante,
describe círculos estrechos y se balancea en el columpio del aliento. Conoce la
nostalgia en el cerebro y callejones sin salida en el aire.
Por otro, el ángel del hambre camina con el hambre abierta.
Se susurra y me susurra al oído: Donde se carga también se puede descargar.
Está hecho de la misma carne a la que engaña. A la que habrá engañado.
Conoce el pan propio y el pan de mejilla y envía por delante a la liebre
blanca. Dice que volverá, pero se queda.
Cuando viene, lo hace con fuerza. La claridad es meridiana:
1 palada = 1 gramo de pan.
El hambre es un objeto.
FRAGMENTO 2:
Nunca te librabas del deseo de volver a casa, pero para tener algo más que
eso, me decía, si nos mantienen aquí para siempre, mi vida será eso.
Los rusos también viven. No quiero resistirme a asentarme aquí, sólo tengo
que mantenerme tal como estoy ahora, a
medias con el frasco sellado herméticamente. Puedo reeducarme, aún ignoro cómo,
pero ya se encargará de ello la estepa. El ángel del hambre se había adueñado
de tal modo de mí que mi cuero cabelludo ondeaba; me acababan de pelar al rape
por los piojos.
El verano anterior, bajo el vasto cielo, Kobelian se había desabrochado una
vez la camisa, y cuando ésta comenzó a ondear, dijo algo sobre el alma de
hierba de la estepa y sus sentimientos por los Urales. En mi pecho eso también
es posible, me dije para mis adentros.
FRAGMENTO 3:
Entre los hombres existe el tedio de las depresiones disimuladas en medio
de sus gruñones juegos de naipes sin el
menor asomo de pasión. Con buenas cartas, hay que desear ganar, pero los
hombres interrumpen el juego antes de que haya un ganador o un perdedor. Y
entre las mujeres existe el tedio del canto, sus canciones nostálgicas al despiojarse
con las tediosas y sólidas lendreras de asta y baquelita. Y existe el tedio de
los peines de hojalata mellados que no sirven para nada, y el tedio de cortar
el pelo al cero, y el tedio de los cráneos como tarros de porcelana, decorados
con florecillas de pus y guirnaldas de picaduras de piojos recientes que van
difuminándose poco a poco. También existe el tedio mudo de Imaginaria-Kati.
Imaginaria-Kati nunca canta. Kati, no sabes cantar, le pregunté. Ya me he
peinado, me respondió. Ves, sin pelo, el peine araña.
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