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jueves, 3 de octubre de 2019

TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO HERTA MULLER


TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO

HERTA MULLER

Título original: Atemschaukel

SIRUELA 2009

Por Ingrid Odgers


Viajamos en una maleta, donde guardamos el crimen del pan,  los recuerdos, las pesadillas, los engaños que afectan a quien intenta conseguir sustento, el cemento, el carbón, las mujeres de cal. Todo ocurre en un campo de trabajos forzados. Es una maleta que cargan ojos hinchados y húmedos y la boca entreabierta por el esfuerzo de alzarla y sostenerla en las manos.

Es Herta Muller, la escritora que nos presenta a Leopold Auberg, un joven alemán residente en Rumanía (como la autora era) llevado por los rusos a un campo de internamiento ucraniano. Sus años en el gulag componen el grueso del libro.

Nos acercamos en esta obra a los dos más grandes objetos de valor:
El azúcar y la sal. Nos encontramos el pan seco, a base de ahorrarlo, quitándoselo de la boca, y oculto debajo de la almohada. El pan así descrito es una   fortuna y se vigila él mismo entre un cencerreo lamentable de toses, carraspeos, ronquidos, pedos, suspiros que se producen durante el sueño. Y es que todos caen en la trampa del pan.
En la trampa de resistir en el desayuno, en la trampa de intercambiarlo en la cena, en la trampa de la noche con el pan ahorrado bajo la cabeza.

Herta Muller nos habla de la peor trampa del ángel del hambre, que es   la trampa de la resistencia: tener hambre y tener pan, pero no comerlo.
Ser más duro con uno mismo que la tierra congelada. El ángel del hambre dice todas las mañanas: Piensa en la noche.
Por la noche, delante de la sopa de col, se intercambia pan, porque el pan propio parece siempre más pequeño que el ajeno. Y a los demás les sucede lo mismo, el pan intercambiado con los de la liebre blanca (los de cara hundida,  adelgazada por la falta de pan), se llama pan de mejilla.

Es la sociedad intérlope  que se forma en el campo de trabajo, donde gente de todas partes deambula como en un hotel en el que se reside una temporada. Y es esta una extensa temporada de siete años de mísera existencia, de trabajos durísimos, expuesto a los peores contagios, que reservaré, para que quienes lean esta novela puedan conocerlos de primera mano y/o ante sus ojos.

Las  expresiones como sociedad intérlope, hotel y temporada, se suceden una tras otra en esta novela de Muller, donde la recompensa de un día libre no le es útil a nadie. Tampoco al protagonista: Leopold Auberg. El azúcar y la sal son urgentes y el pan el deseo máximo de todos y todas.

Encontramos un personaje principal debilitado y de ojos secos…ya no quedan sentimientos, permanece la brutal indiferencia de las personas y el veneno de las sustancias químicas.

La novela es un conjunto de relatos, escritos con sencillez y en forma metafórica, en primera persona.

El lector experimentará el hambre, el trabajo continuo, el indescriptible tedio y  las penurias apiadándose de los prisioneros hasta romper su alma de congoja.

Sobran las palabras.

FRAGMENTO 1:


El hambre es un objeto.
El ángel se ha metido en el cerebro.
El ángel del hambre no piensa. Piensa correctamente.
Él nunca falla.
Conoce mis límites y sabe su dirección.
Sabe mi procedencia y conoce su acción.
Lo sabía antes de encontrarme, y conoce mi futuro.
Está adherido como mercurio a todos los capilares. Un dulzor en el paladar. Ahí la presión atmosférica ha comprimido estómago y tórax. Miedo es demasiado. Todo se ha vuelto ligero.
El ángel del hambre camina, por un lado, con un ojo abierto. Vacilante, describe círculos estrechos y se balancea en el columpio del aliento. Conoce la nostalgia en el cerebro y callejones sin salida en el aire.
Por otro, el ángel del hambre camina con el hambre abierta.
Se susurra y me susurra al oído: Donde se carga también se puede descargar. Está hecho de la misma carne a la que engaña. A la que habrá engañado.
Conoce el pan propio y el pan de mejilla y envía por delante a la liebre blanca. Dice que volverá, pero se queda.
Cuando viene, lo hace con fuerza. La claridad es meridiana:
1 palada = 1 gramo de pan.
El hambre es un objeto.




FRAGMENTO 2:

Nunca te librabas del deseo de volver a casa, pero para tener algo más que eso, me decía, si nos mantienen aquí para siempre, mi vida será eso.
Los rusos también viven. No quiero resistirme a asentarme aquí, sólo tengo que  mantenerme tal como estoy ahora, a medias con el frasco sellado herméticamente. Puedo reeducarme, aún ignoro cómo, pero ya se encargará de ello la estepa. El ángel del hambre se había adueñado de tal modo de mí que mi cuero cabelludo ondeaba; me acababan de pelar al rape por los piojos.
El verano anterior, bajo el vasto cielo, Kobelian se había desabrochado una vez la camisa, y cuando ésta comenzó a ondear, dijo algo sobre el alma de hierba de la estepa y sus sentimientos por los Urales. En mi pecho eso también es posible, me dije para mis adentros.


FRAGMENTO 3:


Entre los hombres existe el tedio de las depresiones disimuladas en medio de sus  gruñones juegos de naipes sin el menor asomo de pasión. Con buenas cartas, hay que desear ganar, pero los hombres interrumpen el juego antes de que haya un ganador o un perdedor. Y entre las mujeres existe el tedio del canto, sus canciones nostálgicas al despiojarse con las tediosas y sólidas lendreras de asta y baquelita. Y existe el tedio de los peines de hojalata mellados que no sirven para nada, y el tedio de cortar el pelo al cero, y el tedio de los cráneos como tarros de porcelana, decorados con florecillas de pus y guirnaldas de picaduras de piojos recientes que van difuminándose poco a poco. También existe el tedio mudo de Imaginaria-Kati. Imaginaria-Kati nunca canta. Kati, no sabes cantar, le pregunté. Ya me he peinado, me respondió. Ves, sin pelo, el peine araña.




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