DEMIAN
HERMAN HESSE
ALIANZA EDITORIAL, 1968
Por Ingrid Odgers
Nos encontramos con una
interesante y relevante obra de formación o novela de educación.
Hesse nos narra el trayecto de
la infancia a la adultez de un chico llamado Emil Sinclair, hay que aclarar que
esta no es una narrativa para entretener al lector sino para efectuar una
profunda reflexión sobre la vida, la realidad y el destino. Podría
perfectamente llamarse “el despertar de la conciencia”, estamos aquí, en la
tierra pero ¿por qué y para qué? Para llevar una rutina odiosa, apegados a
normas que a veces nos agradan pero muchas otras detestamos.
¿Podemos aprender totalmente solos
los acontecimientos de la vida?, sí, pero también necesitamos de otros y otras
para aclarar las inquietudes y calmar la tormenta de preguntas que en la
soledad de nuestra habitación o en un simple paseo por algún parque nos asaltan y
abruman, en especial en el paso a la adolescencia. Y este chico atrapado en un sinnúmero
de preguntas, a quién marca un hecho: una tonta mentira a un chico desconocido
y malandrín sin escrúpulos, que lo lleva
a transformarse en un habitante de “lo oscuro”, un ser culpable y
avergonzado ante sus padres y hermanas. Seguimos con atención el derrotero de
Emil Sinclair, inmersos en una atmósfera de misterio, desconfianza, aprehensiones,
algo de temor y a veces terror, terror al descubrimiento de un mundo ignorado y
a no saber reaccionar a las interacciones con el otro u otra. Siempre en busca
de un lugar en el mundo. Nos movemos entre la claridad y la oscuridad, pero
¿Cómo encontrar el equilibrio? Es posible o ¿únicamente merecemos morir?
¿Qué debemos hacer para encontrar
el sentido de la vida?
¿Cómo podemos aceptarla?
¿Cuál es el camino a seguir?
Los invito a encontrar las
respuestas leyendo esta honda, fascinante y bella obra de Herman Hesse, tan recomendable
para jóvenes y adultos.
FRAGMENTO:
Y
me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella
junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos
sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser
abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin
esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de
sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos
sus sueños se concentraban en la estrella.
Una
noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la
estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos
pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante
de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había
sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer
firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse
con su estrella.
-El
amor no debe pedir -dijo-, ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de
encontrar en sí mismo la certeza. En ese momento ya no se siente atraído, sino
que atrae él mismo. Sinclair: su amor se siente atraído por mí. El día que me
atraiga a sí, acudiré. No quiero hacer regalos. Quiero ser ganada.
Un
tiempo después me contó otra historia. Se trataba de un enamorado que amaba sin
esperanza. Se refugió por completo en su corazón y creyó que se abrasaba de
amor.
El
mundo a su alrededor desapareció; ya no veía el azul del arpa no sonaba; todo se había hundido,
quedando él pobre y
desdichado. Su amor, sin embargo, crecía; y prefirió morir y perecer a
renunciar a la hermosa mujer que amaba. Entonces se dio cuenta de que su amor
había quemado todo lo demás, de que tomaba fuerza y empezaba a ejercer su
poderosa atracción sobre la hermosa mujer, que tuvo que acudir a su lado.
Cuando estuvo ante él, que la esperaba con los brazos abiertos, vio que estaba transformada
por completo; y, sobrecogido, sintió y vio que había atraído hacia sí a todo el
mundo perdido. Ella se acercó y se entregó a él: el cielo, el bosque, el
arroyo, todo le salió al encuentro con nuevos colores frescos y maravillosos;
ahora le pertenecía, hablaba su lenguaje. Y en vez de haber ganado solamente
una mujer, tenía el mundo entero entre sus brazos y cada estrella del firmamento
ardía en él y refulgía gozosamente en su alma. Había amado y, a través del amor,
se había encontrado a sí mismo. La mayoría ama para perderse.
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