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sábado, 26 de agosto de 2023

COMENTARIO LITERARIO EL LIBRO DE MIS PRIMOS CRISTINA PERI-ROSSI

 

COMENTARIO LITERARIO

EL LIBRO DE MIS PRIMOS

CRISTINA PERI-ROSSI

GRIJALBO- 1989

 


POR: INGRID ODGERS TOLOZA

Esta novela de Cristina Peri-Rossi descubre la vida de una familia aristocrática desde la mirada de un niño.

El trabajo literario incluye narrativa, prosa poética y poemas. Es muy descriptivo, hay mucho interés en describir al detalle.

 

Nos relata la vida de esta familia, sus abuelos, tíos, hijos, primos y el paso del tiempo en su mansión enorme, sofisticada, absolutamente patriarcal, autoritaria. Se desplazan lentamente enfermedades, locuras, sueños, y mucha fantasía que se intercala con la realidad por ejemplo las fiestas con fantasía y locura, las enfermedades con ironía y burlas.

 

No solo conocemos el carácter y la personalidad de los demás personajes, conocemos los temores, las dudas, la angustia y las pretensiones del pequeño narrador.

 

A su vez, relata las relaciones entre primos, a veces amorosas, a veces fraternales, a veces caóticas.

 

Es una novela bastante compleja dadas las características que la autora otorga a los personajes y las extrañas y grotescas situaciones que contiene el diario vivir de estos.

 

Al leerla con atención, detectar digresiones, interrupciones o complicaciones y advertir ciertos temas como machismo, abuso, incesto, nos preguntamos hacia dónde verdaderamente apunta Peri-Rossi. Y nos encontramos casi al final con el contenido socio político que alberga en sus páginas. Explicable dado la situación de Uruguay en esos años. [1]

Estamos ante la presencia de un mundo de fantasía en el que se conjugan inocencia, inmoralidad, crueldad, no únicamente de los niños sino de los adultos.

Lo sorprendente es la inclusión de dos finales.

 

 

FRAGMENTO 1

—¿Por qué nunca he oído hablar al abuelo? —le pregunté un día a mi madre.

Ella me dijo que él ya había hablado bastante; que, en realidad, había hablado demasiado, y éste era su castigo. Ella podía recordarlo perfectamente dando órdenes, empujando a la gente, sometiéndolos a gritos, lo había visto obligando a los niños a comer del suelo la comida de los perros, lo había visto castigar a los peones, maltratar a los caballos, encerrar a sus hijas, lo había visto disparar contra los pájaros y destrozar los capullos^ perseguir a las sirvientas detrás de las puertas y quemar la tierra de sus vecinos. Una vez la había hecho remar durante todo el día, para castigarla por el olvido de unos clavos, y tuvo que remar varias horas seguidas («Por favor, padre, déjeme salir del agua», suplicaba ella), y solamente cuando se hizo la noche y ya hacía varias horas de oscuridad (ya había una luna de azogue dejándose caer por el tejado), ella, medio desmayada pudo abandonar el bote, el remo, tenía los brazos duros, los músculos hinchados, no parecía una mujer, y las manos palpitaban como un corazón al descubierto. Cuando hubo llegado a la cama (tenía los brazos duros como dos mástiles), él se le acercó, y

con acento dulce le dijo: «Era para que la próxima vez no olvides los clavos», pero ella,

deliberadamente, a los pocos días, los dejó olvidados; entonces tuvo que volver a remar, y él, a la noche, estando la luna crecida como un rostro hinchado, la luna como un ombligo, volvió a

decirle la misma frase, pero ella ya se había acostumbrado a remar, de modo que no le importó, entonces él, cuando venían las visitas, decía, ufano: «Vean a mi hija, la mejor remadora de la zona», y no quería que los varones de la familia remasen; a ella, cada día, los músculos se le ponían como los de un hombre; estaba cansada de remar y se agotaba, pero el viejo la lucía, había prohibido a los demás usar el bote, y cuando venían a visitarlo las familias, la hacía remar, «Quiero que te luzcas», le decía, aunque hiciera horas que estaba remando; y si ella se resistía o lo hacía lentamente, a la noche él la esperaba junto al embarcadero (los pastos verdes y la luna crecida) y con un junco le daba en las piernas, en los brazos como mástiles, en la cintura, en los hombros.

 

Fragmento 2

 

“… Falsificando permanentemente lo verdadero, y dado apariencias de real a lo artificial, mi tío Andrés se ha pasado la vida confundiendo a todo el mundo, al punto que ya nadie –a veces creo que ni él mismo- es capaz de saber, entre las cosas que lo rodean, cuáles son las reales, cuáles las falsificadas. Piedras, metales, faunas, floras, estatuas, telas, colores, texturas, apariencias, cuadros, licores, monedas, confesiones, frases oídas, frases escondidas, todo lo funde en su gran redoma singular, en su taller modelador, y entre el vapor y el humo de su laboratorio, en los húmedos cristales que lo separan del exterior, la realidad y el sueño hacen el amor, juegan a mezclarse, dan hijos macabros de índole mixta, paren fascinantes apariencias de lo vivo de entraña seca, cancerosa; en su taller singular, engañoso (los cristales esmerilados impiden ver al mago), la materia vuelve al antiguo caos original, al gigantesco óvulo fecundado y de donde partieran, azules, las múltiples apariencias de lo vivo. (…)”.



[1] El texto fue publicado en 1969. En Uruguay existía un momento de agitación política, tensada entre el entusiasmo producido por el triunfo de la Revolución cubana y la emergencia de movimientos sociales locales y globales -condensados en 1968-, y la amenaza cercana de los golpes de Estado, ocurridos en el Cono Sur a lo largo de los años setenta (Saona, 2004)1. En ese contexto tienen lugar enfrentamientos cruentos entre el Movimiento Nacional Tupamaros -facción radicalizada de la izquierda uruguaya a favor de la lucha armada, surgida en 1965- y las fuerzas militares, a cargo de “la lucha antisubversiva”.

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