Comentario
literario
LOS CÍRCULOS
Astrid Fugellie
2° Edición, 1996- La Trastienda
Premio Academia
Chilena de la Lengua 1989.
Por
Ingrid Odgers Toloza
EL
RESCATE DE NUESTRO NAUFRAGIO.
Lo
primero que tengo que indicar, es que extrañé el índice. Me costó adentrarme en
un texto que de primera se observa algo desordenado. Después de la tercera
lectura el panorama se aclara abismalmente.
Toda historia es circular, es lo que nos muestra Astrid en este libro de poemas y prosas, titulado “Los círculos” y publicado en los ochenta.
En la década del ochenta giramos entre silencios, muerte, violencia, censura y resistencia ¿quién no lo recuerda con dolor?
Este dolor atraviesa todos los módulos escritos donde el nacimiento, la vida y la muerte se presentan desgarradores. La indignidad cruza las palabras el mundo se presenta aplastante, con dioses patriarcales que no dan cabida a la mujer sino como esclava perpetua del macho.
-Vivirás las costas
que dan a la Isla
de los Fuegos.
Soy huesa santa,
me parieron aquí,
sin consulta
previa.
Me vomitaron y
después dijeron:
- ¡Salud!, hasta
que te crezcan
gusanos y flores.
Óyeme, mírame
desollada:
El primer hueso
indigno que llevo puesto
es la cicatriz en
el vientre que me trajo.
A la Fiesta Negra,
el segundo hueso,
el tercero
y los
despreciables que le siguen
se dejaron caer en
advénticos discursos:
-Formarás una
familia de dos hijos varones,
un perro sin edad
aparente y un conejo que
de improviso
morirá destrozado por el hocico necio
del canino.
Me movilicé,
entonces, arrastrando
el tintinear de mi
osamenta,
tajada de campana
que llama a misa de gotitas
a animales y
muecas.
La
autora muestra un compromiso social inusitado, el compromiso del escritor/a.
De Círculo exaltado, el poema El poeta expresa:
Rondaba su creatividad, el bululú
De la composición.
El poeta decía: —
Puedo crear imágenes.
I Las piedras
tienen ojos generosos.
II La luna es el
pan eucarístico de la noche.
III El sol tiene
raíces amarillas.
Y sostenía:
—Lo que digan mis
imágenes, da lo mismo.
Al oírlo, el
Círculo irrumpió en furia de tolmo:
—¿No has pensado
en tu pueblo?
Sobre el pecho de
la tierra
fluían las
lloreras del malcomer.
Uno, diez, cien,
mil hombres en inmutable
estado de
necesidad morían.
—No lo había
pensado, repuso el creador
cabizbajo.
En el módulo
denominado Círculo hueco, encontramos el poema
La fiesta negra de
la creación
que dice así:
1
Apáguese la negra fiesta de la creación
Porque sus esponsales fueron de Dioses
Con cuello y corbata
Y avívese los fuegos de la sangre
en memoria de mis siervos.
2
Porque ahora y en la hora los falsos
jubilosos
Negaron crecer cantando mis alabanzas.
Y destaparon cráneos y saquearon cuerpos.
No diría
yo que es poesía religiosa como expresa Fidel Sepúlveda, más bien una protesta
contra las religiones y los dioses cualquiera sea su origen, de cualquier etnia
o raza, una protesta que puede parecer insólita, porque la sociedad la hacen
los hombres y mujeres, es la conducta del hombre y la mujer la que trae
maldición o bendición a nuestras vidas. Es factible sí que puedan influir en
algo las religiones, pero no olvidemos nunca que tenemos el libre albedrío y es
ese el causante de los errores, las matanzas, la traición, las mentiras, robos,
engaño, etc. El hombre ha ambicionado siempre el poder y la riqueza no por
mandato divino sino producto de su naturaleza humana, de su debilidad. El
hombre y la mujer a veces son capaces de matar para conseguir sus más bajas
aspiraciones. Ambiciones que fácilmente lo llevan a robar, matar, asolar
pueblos y naciones.
Pero
encontramos mucho más en la escritura de Astrid, ella no olvida las raíces, a
los indios ni la muerte de lo étnico, lo social y cultural tampoco las
consecuencias:
Lucrecia Millapi
Fresia Millapi
tenía una hija llamada Lucrecia. De la voz de Lucrecia Millapi se decía: Es
dulce como el canto que se aprende de la cuyuca. Y de su pecho emotivo: Se lo
prodigaron las loicas.
Lucrecia Millapi
ayudaba a su madre. Cuando ambas salían cargando las sábanas, las pobladoras
secreteaban: Se les parece a los ángeles.
Lucrecia Millapi
murió siendo niña y Fresia, su madre, lloró tres largos días y tres noches
largas, al cabo de los cuales le sobrevino el consuelo: Bueno, pensó la mujer,
Lucrecia no merecía mi suerte.
¿Qué destino le esperaba a Lucrecia Millapi?
Cómo sería que su madre resignada manifiesta: Lucrecia
no merecía mi suerte.
Acá el poema titulado raulina
yagán yagán:
Raulina Yagán Yagán,
la última yámana[1]
de Tekenica
y de Ukika, poblados de
nutrias y sembraderos vecinos a la
crueldad de las
redes y el mar, murió un diez
y siete de abril de mil
novecientos ochenta y siete.
Raulina Yagán Yagán no dejó más
descendencia que
uno que otro tejido a telar, que la
infeliz hubo de
aprender para sobrevivir, porque el mínimo
empleo
repelió su oficio de entre lazadora de
canastos y
canoas en miniatura.
Y así, Raulina Yagán Yagán, la última
yámana de
Tekenica y de Ukika subió a los cielos
donde Pedro,
en nombre del Dios Padre Todo Poderoso la
recibió:
—¿Tu nombre?
—Raulina Yagán Yagán, repuso la indígena con
la
cabeza gacha, y luego agregó, Annu
lalayala…
—¿Qué dices?, interrogó el Blanco Santo.
—¡Los he dejado!, ¡Ya los he dejado!,
¿Dónde puedo
encontrar a mi padre dios yámana?
—¿Tu dios padre yámana?, ¿Te refieres al
dios padre
de los yaganes?, insistió algo
desconcertado el bueno
de Pedro.
—¡Sí!, sisí, se esperanzó Raulina Yagán
Yagán.
—Murió, Raulina, tu padre dios murió el
diez y siete
de abril de mil novecientos ochenta y
siete, en la tarde.
En este enorme trabajo poético, toda la raza indígena está sometida a un fin eminente.
La realidad que muestra
esta obra magnífica de Astrid Fugellie impacta hondamente. Sin duda alguna es
un texto para reflexionar, repensar, dimensionar, sopesar cada uno de nuestros
actos.
Estamos frente a una
poeta admirable, poseedora de una genialidad máxima, es notable como nos atrapa Astrid con
su trabajo poético, con la estructura que le otorga, las palabras que ocupa, los
neologismos, palabras que nos señalan, recuerdan y advierten y que además
demandan la más absoluta introspección como ser humano: hombre y mujer.
[1] Los
yámanas fueron el pueblo más austral del mundo. Cazadores-recolectores
marítimos, pasaban gran parte de su vida arriba de su anan (canoa de corteza de
árboles) o en pequeños y precarios campamentos de chozas de pieles y armazón de
palos a orillas del mar.
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