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jueves, 10 de septiembre de 2020

SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS de OLGA TOKARCZUK

 

 

SOBRE LOS HUESOS DE LOS MUERTOS

OLGA TOKARCZUK

PREMIO NOBEL DE LITERATURA

EDITORIAL OCÉANO – 2015







Todo lo que podemos pensar es una forma de la

verdad.

Guía tu arado sobre los huesos de los muertos.

Blake

           Esta obra de Olga Tokarczuk se caracteriza por ser una escritura con tintes de misterio y policíacos. Escrita desde una estética de la soledad, la protagonista relata su vida entre caminatas, búsquedas, conversaciones y entre diálogos con su vehículo, El Samurai, amigo de largos años, tantos como su dueña. Y es que esta mujer ingeniera, diseñadora de puentes es una mujer extravagante, atípica y hasta cierto punto asombrosa, su genialidad es tan evidente que muchos, en el pequeño pueblo, la tildan de loca. Las acciones de esta novela se desarrollan en una provincia montañosa de Polonia. 

 El libro con cortes fantásticos, psicológicos y bastante de novela negra, describe con gran detalle el paisaje y el rudo clima de este poblado, de nieve y frío constante en largos meses de invierno. Janina protagonista, adicta a la astrología, con la cual identifica todos los acontecimientos, analiza descriptivamente los hechos, vive en completa paz y armonía, con amor y apego a la soledad inclemente que la rodea. Es una mujer que ama a los animales y al medio ambiente de una manera extraordinaria.

  “He llegado a una edad y a un estado en que cada noche antes de acostarme debería lavarme los pies y arreglarme a conciencia por si tuviera que venir a buscarme la ambulancia” se presenta Janina y es imposible no quedar atrapado con cada una de sus palabras y sus particulares manías, como la de no llamar por su nombre de pila a ninguno de los habitantes del pueblo sino por apodos dados por alguna de sus características (aparecen así personajes como “Pandedios”, “Pie grande” o “Abrigo Negro”).

 

El paisaje es apacible hasta que comienzan a suceder extraños acontecimientos.

 Principios feministas y ecologistas la guían en la búsqueda de la verdad. Unida al análisis cotidiano de los astros. Su olfato y su inteligencia devela el pasado de cada una de las personas asesinadas, todas ellas cazadores furtivos con un oscuro secreto en común.

Un buen libro, tal vez con demasiadas descripciones que a veces agotan.

 

 Fragmento

No me limité a mirar por fuera las casas que tenía a mi cargo, sino que hice una excursión mucho más grande, llegué hasta la linde del bosque, y caminé a través de los prados, junto a la carretera, hasta llegar al borde del precipicio.

En esa época del año el mundo se vuelve ominoso. Aún persisten grandes jirones de nieve blanca, dura y compacta, y resulta difícil reconocer en ella esos preciosos e inocentes copos que caen en Nochebuena para alegrarnos la vida. Actúan como un cuchillo afilado, como una superficie metálica. Se avanza sobre la nieve con dificultad y a la menor distracción nos aprisiona las piernas. Si alguien olvidó sus botas altas para la nieve muy pronto se lastimará las pantorrillas. El cielo es bajo y gris, parece que si uno subiera a un punto más alto podría alcanzarlo con la mano.

Mientras caminaba me decía que no podría vivir eternamente en mi refugio de la meseta y cuidar otras casas. El Samurai acabaría por estropearse y ya no podría bajar a la ciudad. La escalera de madera se pudriría, la nieve arrancaría los canalones, se estropearía la caldera, sin duda en un mes de febrero, y el hielo rompería las tuberías.

  

Fragmento 2

 Una ráfaga de frío que llegó repentinamente del lado del bosque me produjo un escalofrío. La imagen de los perros transformándose en musgo no quería desaparecer de mi vista, a pesar de que parpadeé.

—Extraña historia, parece una pesadilla, ¿verdad? —encendió un segundo cigarrillo y vi que le temblaban las manos.

Me habría gustado tranquilizarla de alguna manera, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Todavía no había visto nunca a alguien al borde de un ataque de nervios. Le puse la mano en el antebrazo y la acaricié con delicadeza.

—Es usted una buena persona —ella me miró con una mirada como la de Marianela y se soltó a llorar. Lloraba silenciosamente, como una chiquilla, sólo le temblaban los hombros. Duró un buen rato, al parecer eran muchas las cosas que debía llorar. Tuve que ser su testigo, estar a su lado y mirar. Seguramente no esperaba nada más. La abracé y estuvimos así juntas: un lobo artificial y una pequeña mujer en la mancha de luz que proyectaba la ventana del parque de bomberos. Las sombras de los bailarines pasaban frente a nosotras.

—Me voy a casa. Ya no puedo más —dijo lastimosamente.

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