EL CEMENTERIO DE PRAGA
UMBERTO ECO
LUMEN - 2010
Por Ingrid Odgers
30 años después de El nombre de la rosa, se publica el
cementerio de Praga
Esta es
una obra narrativa controversial, singularmente irreverente, provocadora.
En esta novela El cementerio de Praga, el protagonista principal y escritor muestra en un extenso relato de cómo es en detalle la vida del espionaje, sus diferentes perspectivas, y la narra desde la voz de su protagonista, quien, al escribirla como un diario con sus memorias, constantemente rememora su niñez y sobre todo su juventud cuando ejercía plenamente el negocio de espiar, falsificar y robar información.
Ambientada en la Italia de la segunda mitad del siglo XIX, el protagonista es el capitán Simone Simonini, un personaje antipático y notable. No es un héroe y carece de la nobleza hasta de los villanos, si estos tuvieran, por supuesto.
El personaje hace gala de un
espíritu crítico tremendo, y esta característica lo hace verdaderamente
insoportable para el lector.
Así tenemos que este capitán Simone,
en la novela, relata que, con el odio a los masones, los jesuitas y los judíos creció
durante su infancia y el resto de su vida, en ellos ve un conjunto de enemigos
que constantemente está tramando un gran complot contra el país, él o
cualquiera, y cree que en los folletos de las historias de Alejandro Dumas y
Eugene Sue, se hallan las claves para detener el gran complot.
El lenguaje de Eco es de alto
nivel, utiliza expresiones y términos casi arcaicos, pero que enaltecen los sucesos
con adjetivos brillantes y muy agudos. La trama es bastante compleja y el autor
lo reconoce al incluir al final del libro unas páginas donde recapitula la
propia historia y trama. Tiene un gran juego de narradores, la obra es
innovadora. Pero, el lector debe mantenerse atento a los cambios.
La novela adopta su nombre por
unas señales que Simone descubre cuando espía a los jesuitas y los judíos en el
cementerio de la ciudad de Praga, y que se relaciona con el libro de “Los
protocolos de los sabios de Sión”. La novela al presentar el libro antes mencionado,
como un documento donde se sientan las bases generales para que los judíos se
apoderen del mundo, logra que personas sin gran cultura histórica, lleguen a odiar
a la comunidad judía sin causa alguna, debido a que es falso que los judíos
estén insertos en una conspiración de ese tipo.
Es una novela que posee fragmentos muy desagradables.
El alemán vive en un
estado de perpetuo embarazo intestinal debido al exceso de
cerveza y a esas
salchichas de cerdo con las que se atiborra. Una noche, durante mi
único viaje a Múnich, en
esa especie de catedrales desacralizadas llenas de humo
como un puerto inglés y
apestosas de manteca y tocino, los pude ver incluso a pares,
ella y él, sus manos
agarradas a esas jarras de cerveza que, por sí solas, saciarían la
sed de un rebaño de
paquidermos, nariz con nariz en un bestial diálogo amoroso,
como dos perros que se
olisquean, con sus carcajadas fragorosas y desgarbadas, su
turbia hilaridad gutural,
translúcidos por la grasa perenne que les
miembros, como el aceite en la piel de los atletas del circo antiguo.
Fragmento 2
Los años de mi infancia se
vieron entristecidos por ese fantasma. El abuelo me describía esos ojos que te
espían, tan falsos que te sobrecogen, esas sonrisas escurridizas, esos labios
de hiena levantados sobre los dientes, esas miradas pesadas,infectas,
embrutecidas, esos pliegues entre nariz y labios siempre inquietos, excavados
por el odio, esa nariz suya cual monstruoso pico de pájaro austral… Y el ojo,
ah, el ojo… gira febril en la pupila color de pan tostado y revela enfermedades
del hígado, putrefacto por las secreciones producidas por un odio de dieciocho
siglos, se pliega en mil pequeños surcos que se acentúan con la edad, y ya a
los veinte años, al judío se lo ve arrugado como a un viejo. Cuando sonríe, los
párpados hinchados se le entrecierran de tal manera que apenas dejan pasar una
línea imperceptible, señal de astucia, dicen algunos, de lujuria, precisaba el
abuelo… Y cuando yo estaba ya bastante crecido para entender, me recordaba que
el judío, además de vanidoso como un español, ignorante como un croata, ávido
como un levantino, ingrato como un maltés, insolente como un gitano, sucio como
un inglés, untuoso como un calmuco, imperioso como un prusiano y maldiciente
como un artesano, es adúltero por celo
irrefrenable: depende de
la circuncisión que lo vuelve más eréctil, con esa desproporción monstruosa
entre el enanismo de su complexión y la dimensión cavernosa de esa excrecencia
semi-mutilada que tiene.
Yo, a los judíos, los he
soñado todas las noches, durante años y años. Por suerte nunca he conocido a
ninguno, excepto la putilla del gueto de Turín, cuando era mozalbete (pero no
intercambié más de dos palabras), y el doctor austriaco (o alemán, lo mismo
da).
Tu sucinta pero nutrida reseña me ayudó a recordar detalles que había olvidado, pues empecé a leer el libro hace meses y lo dejé, así que te la agradezco mucho. Y qué curioso que, justamente hace unas páginas, pensé en lo mucho que me hacia pensar en la narrativa aguda e irreverente de Saramago (uno de mis escritores preferidos, por cierto).
ResponderEliminarContinuemos leyendo….