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jueves, 12 de noviembre de 2020

EL CEMENTERIO DE PRAGA UMBERTO ECO

 

EL CEMENTERIO DE PRAGA

UMBERTO ECO

LUMEN - 2010

Por Ingrid Odgers

 


30 años después de El nombre de la rosa, se publica el cementerio de Praga

 

Esta es una obra narrativa controversial, singularmente irreverente, provocadora.

En esta novela El cementerio de Praga, el protagonista principal y escritor muestra en un extenso relato de cómo es en detalle la vida del espionaje, sus diferentes perspectivas, y la narra desde la voz de su protagonista, quien, al escribirla como un diario con sus memorias, constantemente rememora su niñez y sobre todo su juventud cuando ejercía plenamente el negocio de espiar, falsificar y robar información.

 La novela es narrada y contada por su protagonista, Simone Simonini, un hombre mayor que en la primavera de 1897, escribe su historia en un diario. Cuenta que creció con odio hacia los judíos, un sentimiento que su abuelo le cultivó desde que era un niño, así como el temor a los masones y a los jesuitas de quienes decía eran unos destructores de almas y que ambos se juntaban para hacer todo tipo de mal y conspiraciones.

Ambientada en la Italia de la segunda mitad del siglo XIX, el protagonista es el capitán Simone Simonini, un personaje antipático y notable. No es un héroe y carece de la nobleza hasta de los villanos, si estos tuvieran, por supuesto.

El personaje hace gala de un espíritu crítico tremendo, y esta característica lo hace verdaderamente insoportable para el lector.

Así tenemos que este capitán Simone, en la novela, relata que, con el odio a los masones, los jesuitas y los judíos creció durante su infancia y el resto de su vida, en ellos ve un conjunto de enemigos que constantemente está tramando un gran complot contra el país, él o cualquiera, y cree que en los folletos de las historias de Alejandro Dumas y Eugene Sue, se hallan las claves para detener el gran complot.

El lenguaje de Eco es de alto nivel, utiliza expresiones y términos casi arcaicos, pero que enaltecen los sucesos con adjetivos brillantes y muy agudos. La trama es bastante compleja y el autor lo reconoce al incluir al final del libro unas páginas donde recapitula la propia historia y trama. Tiene un gran juego de narradores, la obra es innovadora. Pero, el lector debe mantenerse atento a los cambios.

La novela adopta su nombre por unas señales que Simone descubre cuando espía a los jesuitas y los judíos en el cementerio de la ciudad de Praga, y que se relaciona con el libro de “Los protocolos de los sabios de Sión”. La novela al presentar el libro antes mencionado, como un documento donde se sientan las bases generales para que los judíos se apoderen del mundo, logra que personas sin gran cultura histórica, lleguen a odiar a la comunidad judía sin causa alguna, debido a que es falso que los judíos estén insertos en una conspiración de ese tipo.

Es una novela que posee fragmentos muy desagradables.

 En algunos párrafos me recordó el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago.

  


 Fragmento 1

 

El alemán vive en un estado de perpetuo embarazo intestinal debido al exceso de

cerveza y a esas salchichas de cerdo con las que se atiborra. Una noche, durante mi

único viaje a Múnich, en esa especie de catedrales desacralizadas llenas de humo

como un puerto inglés y apestosas de manteca y tocino, los pude ver incluso a pares,

ella y él, sus manos agarradas a esas jarras de cerveza que, por sí solas, saciarían la

sed de un rebaño de paquidermos, nariz con nariz en un bestial diálogo amoroso,

como dos perros que se olisquean, con sus carcajadas fragorosas y desgarbadas, su

turbia hilaridad gutural, translúcidos por la grasa perenne que les que les pringa rostros y

miembros, como el aceite en la piel de los atletas del circo antiguo.

 

Fragmento 2

Los años de mi infancia se vieron entristecidos por ese fantasma. El abuelo me describía esos ojos que te espían, tan falsos que te sobrecogen, esas sonrisas escurridizas, esos labios de hiena levantados sobre los dientes, esas miradas pesadas,infectas, embrutecidas, esos pliegues entre nariz y labios siempre inquietos, excavados por el odio, esa nariz suya cual monstruoso pico de pájaro austral… Y el ojo, ah, el ojo… gira febril en la pupila color de pan tostado y revela enfermedades del hígado, putrefacto por las secreciones producidas por un odio de dieciocho siglos, se pliega en mil pequeños surcos que se acentúan con la edad, y ya a los veinte años, al judío se lo ve arrugado como a un viejo. Cuando sonríe, los párpados hinchados se le entrecierran de tal manera que apenas dejan pasar una línea imperceptible, señal de astucia, dicen algunos, de lujuria, precisaba el abuelo… Y cuando yo estaba ya bastante crecido para entender, me recordaba que el judío, además de vanidoso como un español, ignorante como un croata, ávido como un levantino, ingrato como un maltés, insolente como un gitano, sucio como un inglés, untuoso como un calmuco, imperioso como un prusiano y maldiciente como un artesano, es adúltero por celo

irrefrenable: depende de la circuncisión que lo vuelve más eréctil, con esa desproporción monstruosa entre el enanismo de su complexión y la dimensión cavernosa de esa excrecencia semi-mutilada que tiene.

Yo, a los judíos, los he soñado todas las noches, durante años y años. Por suerte nunca he conocido a ninguno, excepto la putilla del gueto de Turín, cuando era mozalbete (pero no intercambié más de dos palabras), y el doctor austriaco (o alemán, lo mismo da).

 

 

 

 

 

 

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