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martes, 9 de septiembre de 2025

ENSAYO Lo siniestro en lo cotidiano: Comparación entre La soga y La casa de azúcar de Silvina Ocampo

 

ENSAYO

Lo siniestro en lo cotidiano: Comparación entre La soga y La casa de azúcar de Silvina Ocampo

 


POR: Ingrid OdgersToloza

Introducción

La narrativa de Silvina Ocampo se caracteriza por la irrupción de lo extraño en lo familiar, mostrando cómo los objetos y espacios cotidianos se cargan de un poder perturbador. En este ensayo se analizarán dos de sus cuentos: La soga y La casa de azúcar, en los que una cuerda y una vivienda —elementos aparentemente inofensivos— se transforman en catalizadores de lo siniestro. Ambos relatos revelan la vulnerabilidad humana ante lo fantástico, ya sea a través de la infancia o de la vida conyugal, y muestran la potencia destructiva que se oculta en lo doméstico.

Desarrollo

1. Objetos y espacios animados

En La soga, una cuerda común es personificada y adquiere autonomía, hasta convertirse en un ser obediente y al mismo tiempo letal. El niño Antoñito la bautiza como Prímula, juega con ella como si fuese un animal, y finalmente muere por su acción. En La casa de azúcar, es la vivienda misma la que actúa: un espacio cargado de memoria que termina absorbiendo la identidad de su habitante. En ambos casos, lo inerte se vuelve agente activo, borrando la frontera entre objeto y sujeto.

2. Vulnerabilidad y desprotección

El protagonista de La soga es un niño, símbolo de la curiosidad inocente pero también de la fragilidad frente al peligro. La ausencia de advertencias adultas refuerza la crítica implícita a la indiferencia social hacia la infancia. En La casa de azúcar, la vulnerabilidad se traslada al mundo adulto: la esposa, incapaz de resistir la sugestión del lugar, se despersonaliza hasta confundirse con la antigua dueña. Ambos cuentos muestran cómo lo cotidiano puede anular la voluntad humana, ya sea a través del juego infantil o de la sugestión psicológica.

 

3. Ambigüedad fantástica

Ocampo construye lo fantástico desde la ambigüedad. En La soga, el lector no sabe si la cuerda realmente cobra vida o si todo responde a la imaginación de Antoñito. En La casa de azúcar, la duda recae en la influencia de la casa: ¿es un fenómeno sobrenatural o una obsesión psicológica? La autora rehúye la explicación racional, lo que provoca un efecto inquietante que sitúa al lector en la frontera entre realidad y fantasía.

4. Desenlaces siniestros

Ambos relatos culminan con la derrota del ser humano. Antoñito muere golpeado por la cuerda, mientras que la protagonista de La casa de azúcar pierde su identidad absorbida por el espacio. En cada caso, lo cotidiano se convierte en verdugo: la cuerda como instrumento de muerte y la casa como símbolo de disolución del yo.

Conclusión

En La soga y La casa de azúcar, Silvina Ocampo despliega una poética de lo siniestro que se enraíza en lo cotidiano. Tanto la cuerda como la casa representan cómo lo familiar puede ocultar fuerzas destructivas capaces de subvertir la vida. Si en el primer caso lo fantástico se manifiesta en la infancia, en el segundo se traslada a la experiencia adulta, mostrando que la fragilidad frente a lo extraño no conoce edad. De este modo, Ocampo revela que lo doméstico no es refugio, sino escenario de lo ominoso, donde la inocencia y la identidad pueden ser devoradas en silencio.

 

ARTÍCULO Silvina Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad

 

ARTÍCULO

Silvina Ocampo: la infancia sitiada por la crueldad


La escritora argentina convierte lo cotidiano en un espejo inquietante donde la educación, la religión y la vida doméstica revelan su costado más siniestro.

Por Ingrid Odgers Toloza

Una educación basada en el miedo

En su cuento Ana Valerga, Silvina Ocampo dibuja el retrato perturbador de una mujer que enseña a niños “atrasados” con métodos tan crueles como creativos. Los amenaza con vigilantes que los llevan presos o con monumentos de mármol que cobran vida para raptarlos. Lo asombroso es que funciona: los niños obedecen y aprenden. Pero cuando la verdad se descubre, las autoridades clausuran la escuela y encarcelan a la maestra.
La paradoja es brutal: la pedagogía del miedo se castiga, pero a la vez es defendida por las madres porque dio resultados.

Casas que devoran y culpas que pesan

La misma lógica de lo siniestro se despliega en otros relatos. En La casa de azúcar, una mujer llamada Cristina se disuelve lentamente, absorbida por la casa y convertida en la difunta esposa de su marido. La metáfora es transparente: el matrimonio y la institución doméstica pueden devorar la identidad femenina.
En El pecado mortal, una niña roba una estampita en la iglesia. El acto, trivial, se transforma en catástrofe espiritual: la culpa, amplificada por la religión y la autoridad familiar, la deja atrapada en un castigo invisible.

Lo fantástico como espejo de la sociedad

Ocampo recurre a lo fantástico para desestabilizar lo cotidiano. Monumentos de piedra que caminan, casas que absorben, culpas que se vuelven gigantes: todos estos elementos funcionan como metáforas de instituciones que disciplinan y oprimen. La educación, la religión y la vida doméstica aparecen como mecanismos de control social disfrazados de virtud.

La ironía como sello

Lo más inquietante de estos relatos es su ironía. Los niños progresan gracias a métodos crueles; la mujer desaparece sin resistencia; la niña paga un precio desmesurado por una falta mínima. Ocampo no ofrece moralejas ni salidas fáciles: exhibe la crueldad en toda su crudeza y deja al lector en una zona de ambigüedad incómoda.

 

Una lectura vigente

Releer hoy a Silvina Ocampo es descubrir una vigencia feroz. Sus relatos muestran cómo la autoridad, bajo distintos ropajes, continúa moldeando y castigando la inocencia. Lo fantástico, lejos de ser un escape, se convierte en la herramienta más precisa para mostrar lo real: un mundo en el que lo siniestro se esconde tras las formas más cotidianas.

 

sábado, 6 de septiembre de 2025

COMENTARIO LITERARIO LA CASA DE LA ALEGRÍA EDITH WHARTON

 

COMENTARIO LITERARIO

LA CASA DE LA ALEGRÍA

EDITH WHARTON

EDICIONES ALBA minus 2023




Por Ingrid Odgers Toloza

 

 

El título de las novela es una alusión a Eclesiastés 7:4

“El corazón de los sabios habita la casa del duelo

 pero el de los locos habita la casa de la alegría”

 

La casa de la alegría es considerada una de las grandes novelas de Wharton y una obra clave de la literatura estadounidense de inicios del siglo XX. Publicada en 1905, despliega una crítica incisiva a la alta sociedad neoyorquina de la Gilded Age, mostrando cómo los códigos sociales, el dinero y la apariencia determinaban el destino de las mujeres.

La protagonista, Lily Bart, es un personaje: bella, inteligente, pero atrapada en un sistema social que limita sus opciones a un matrimonio ventajoso o la ruina social.

 

Wharton, que conocía desde dentro ese mundo, lo retrata con una lucidez y una ironía demoledoras. La novela indaga en cómo la mujer era reducida al objeto de transacción matrimonial. Lily representa la tensión entre el deseo de autonomía y la presión por asegurar su lugar mediante un matrimonio rico. Su resistencia para pactar con un sistema que no comparte la conduce a la marginación.

 

La obra revela cómo la riqueza y el prestigio social son fuerzas corruptoras. La “casa de la alegría” (metáfora de la sociedad refinada y sus lujos) se presenta como un lugar vacío, sostenido por hipocresía, envidia y cinismo. Lily Bart encarna la tragedia de la mujer que, por fidelidad a su dignidad, termina sin un espacio en el mundo.

La autora combina crítica social con un tono elegíaco, mostrando cómo el sistema aniquila a quien no se adapta.

 

Edith Wharton utiliza un realismo elegante y detallado, con descripciones finas de los ambientes, los modales y la psicología de los personajes. Su ironía no es burlesca, sino amarga, revelando contradicciones morales. La estructura de la novela recuerda la tragedia clásica: la protagonista, dotada de virtudes, cae víctima de un destino tejido por la sociedad y sus propias vacilaciones.

 

La novela consolidó a Wharton como una voz crítica del mundo que habitaba. Su mirada es cercana a la de Henry James (su amigo y referente), pero con mayor filo social. Lily Bart es hoy considerada un símbolo de la mujer que resiste —aunque trágicamente— los mandatos patriarcales y clasistas de su tiempo.

 

La casa de la alegría es también una radiografía implacable de un mundo donde la riqueza sustituye a la humanidad y donde el ideal femenino queda condenado a la marginación. La vigencia de la obra está en su denuncia de cómo las estructuras sociales pueden destruir la vida íntima y los sueños personales.

 

ARTÍCULO- Memoria, cuerpo y desgarro: una lectura de La muerte de Fausto de Ana Montrosis

Memoria, cuerpo y desgarro: 

una lectura de La muerte de Fausto de Ana Montrosis 





Por: Ingrid Odgers Toloza 



Resumen Este artículo analiza los poemas “No quiero morir” y “Ciudad sagrada” de Ana Montrosis, incluidos en su libro La muerte de Fausto (2019). Se propone que la escritura de Montrosis articula una memoria histórica en clave íntima, donde el cuerpo y la subjetividad se transforman en depositarios de duelos colectivos. La poeta se inscribe en la tradición de la poesía chilena femenina contemporánea, dialogando con referentes como Gabriela Mistral, Violeta Parra y Carmen Berenguer.

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Introducción 

La poesía chilena contemporánea ha encontrado en la voz femenina un espacio de denuncia, confesión y memoria. Ana Montrosis (Valdivia, 1969), con su libro La muerte de Fausto (Editorial Santa Inés, 2019), construye un registro poético donde lo íntimo y lo colectivo se entrelazan en imágenes que oscilan entre lo corporal y lo mítico. Su obra ha sido reconocida con el Premio Municipal de Literatura de San Bernardo en 2020, lo que confirma su relevancia en la escena poética actual. 

Este artículo propone una lectura comparativa de los poemas “No quiero morir” y “Ciudad sagrada”, atendiendo a cómo ambos textos configuran una memoria histórica desde la experiencia íntima. Memoria histórica y duelo colectivo En “No quiero morir”, la voz lírica resiste al mandato amoroso de “morir de amor”, vinculando esa negativa con el recuerdo de las “ciudades mal escritas” y los “muertos del Chena”. La alusión al río Chena, espacio asociado a ejecuciones en dictadura, introduce la memoria política como trasfondo inseparable del dolor íntimo. 

Como señala Ana Pizarro, “la literatura chilena contemporánea es un campo donde el testimonio se entrecruza con la subjetividad, generando un discurso de memoria encarnada” (Pizarro, 2004, p. 57). Por su parte, “Ciudad sagrada” construye un paisaje rural y mítico que, lejos de la pureza inicial, revela la persistencia de la muerte: “aún tengo a esos muertos en el estómago”. Aquí la ciudad, sin cementerio, se convierte en un símbolo del país que silencia sus duelos, obligando al cuerpo poético a cargarlos internamente. 

El cuerpo como territorio de la memoria 

Ambos poemas convierten el cuerpo en depositario del trauma histórico. 

En “No quiero morir”, el yo poético proyecta su resistencia hacia lo aéreo (“inyectarme en un celaje”), pero arrastra amor, odio y silencio colectivo. 

En “Ciudad sagrada”, el cuerpo se transforma en tumba viviente: los muertos habitan en el estómago, metáfora visceral de la imposibilidad de expulsar el duelo. En este sentido, Montrosis dialoga con Gabriela Mistral, quien en Lagar (1954) también concibió el cuerpo como espacio donde lo íntimo y lo histórico se funden en canto dolorido. Lenguaje y resistencia

El lenguaje aparece en ambos textos como campo de lucha. En “No quiero morir”, la voz lírica afirma: “No quiero esa forma de paralizar la escritura y su temática”, estableciendo la escritura como acto de supervivencia. 

En “Ciudad sagrada”, el dolor se ubica “en medio del lenguaje”, explicitando que la palabra misma es el lugar donde se inscribe la herida colectiva. 

Según Nelly Richard, “la escritura femenina en Chile ha trabajado contra la hegemonía del olvido, produciendo memorias fragmentarias que interrumpen el discurso oficial” (Richard, 1998, p. 33). 


Conclusión 

La poesía de Ana Montrosis, particularmente en La muerte de Fausto, revela cómo la memoria histórica se articula desde lo íntimo y lo corporal. “No quiero morir” y “Ciudad sagrada” muestran que los duelos colectivos no son ajenos a la subjetividad: se inscriben en el cuerpo y se reactivan en el lenguaje. Montrosis, al igual que Violeta Parra o Carmen Berenguer, convierte la herida personal en canto social, sosteniendo una voz insumisa que se niega al silencio. Su obra se sitúa, así, en el cruce entre confesión lírica y testimonio histórico, reafirmando la potencia de la poesía como espacio de memoria y resistencia. 


Referencias • 

Montrosis, A. (2019). La muerte de Fausto. Editorial Santa Inés. 
• Pizarro, A. (2004). La literatura chilena en la memoria. Santiago: Lom Ediciones. 
• Richard, N. (1998). Residuos y metáforas: ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición. Santiago: Cuarto Propio. 
• Mistral, G. (1954). Lagar. Santiago: Editorial del Pacífico.

martes, 15 de julio de 2025

COMENTARIO LITERARIO UN MUNDO PARA JULIUS de ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

 

COMENTARIO LITERARIO

UN MUNDO PARA JULIUS

 ALFREDO BRYCE ECHENIQUE




Un mundo para Julius (1970) es una de las novelas más emblemáticas de la narrativa peruana contemporánea y una obra clave de la literatura latinoamericana del siglo XX. Es el primer libro de Alfredo Bryce Echenique, y con él irrumpió en el panorama literario con una voz única: sarcástica, lúcida y profundamente humana.

La novela narra la infancia y adolescencia de Julius, un niño de la alta aristocracia limeña de mediados del siglo XX. Desde su mirada inocente pero observadora, el lector se adentra en un mundo de privilegios, desigualdades y contradicciones sociales. Julius, sensible y ajeno a la frialdad del entorno al que pertenece, comienza a cuestionar la rigidez de su clase, los prejuicios raciales y el trato desigual hacia los sirvientes, a quienes él considera parte de su familia.

Uno de los elementos más destacables de la novela es el contraste entre la ternura del protagonista y la crudeza del entorno que lo rodea. Bryce utiliza un lenguaje sofisticado pero fluido, lleno de ironía, ternura y aguda crítica social. La voz narrativa —que oscila entre el narrador omnisciente y los pensamientos del propio Julius— permite al lector experimentar tanto la sensibilidad del niño como la mirada satírica del autor sobre la clase alta limeña.

El mundo que rodea a Julius es hipócrita, racista y egoísta. Su madre, Susan, es frívola; su padrastro Juan Lucas es autoritario y abusivo; y la élite social se muestra indiferente ante la pobreza y la servidumbre. Julius, en cambio, desarrolla un sentido de justicia y empatía que lo separa del modelo dominante. Su desajuste dentro de su propia clase no es solo un conflicto psicológico, sino una metáfora del desencanto de una generación frente a un orden social excluyente.

Desde una perspectiva literaria, la obra recoge influencias del modernismo anglosajón y del realismo latinoamericano, con toques que anticipan el post-boom, diferenciándose del realismo mágico que predominaba en esa época. El retrato de Lima es vívido y dolorosamente realista, con una geografía marcada por la segregación y la decadencia moral.

Un mundo para Julius es una denuncia sutil y eficaz del clasismo, la desigualdad y la deshumanización que habita en las élites latinoamericanas. A través de los ojos de Julius, Alfredo Bryce Echenique nos ofrece una crítica social conmovedora y elegante, que revela con ironía y compasión las fisuras de un mundo privilegiado que no admite miradas inocentes.

El estilo literario de Un mundo para Julius se caracteriza por su elegancia narrativa, su capacidad de crítica mediante la ternura y la ironía, y por un uso magistral del lenguaje indirecto libre que capta la subjetividad del niño protagonista. Bryce Echenique consigue una obra en la que forma y contenido se potencian mutuamente: la fragilidad de Julius se traduce en una escritura fluida, inteligente y profundamente conmovedora.

martes, 17 de junio de 2025

CONTRAPESO LIBRO DE ANTONIA SANDOVAL

 

PRÓLOGO
CONTRAPESO

ANTONIA SANDOVAL

EDICIONES LA OTRA COSTILLA 2024





¿a qué viene tanto absurdo pavoneo y afectación?

¿por qué arropamos todo lo que decimos con un énfasis especial

cuando lo único que hace falta es limitarse a decir aquello que debe decirse? “La muerte de un héroe” (Bukowski [2002] 2005

Se abre el libro y encontramos:

Estoy hasta la coronilla

Tanto que se estruja mi cabeza

Me brotan los gusanos

Se astilla mi cerebro

Ya no siento

La tomo desde arriba

Pateo mi tiara

Resurjo

Me despliego como damisela

Me emputo

Recuerdo el origen del emputecimiento

Y escupo…

 

En este libro de poemas, no encontramos belleza ni paisajes suaves que nos dulcifiquen el alma. La obra de Antonia es una mirada a lo que se oculta detrás de las máscaras que usamos, a las heridas que elegiríamos olvidar y a la rabia que dejamos escapar cuando nadie nos observa. Este es un espacio donde lo sucio, lo roto y lo imperfecto tienen voz.

 

Cabe señalar, que el realismo sucio no es un estilo literario para quienes buscan consuelo en las palabras. Es para los que se atreven a mirar el mundo tal como es: fragmentado, sucio, a veces insoportable. Aquí, la poesía no se disfraza ni se adorna con metáforas inalcanzables; es un grito sincero, a menudo incomprendido, que surge de lo más profundo de la experiencia humana.

Si estás preparado/a para ver la creación sin filtros, si puedes aceptar que la belleza y la fealdad son hermanas, entonces lee. Quizás en medio de todo esto, hallarás algo real.

 

Así tenemos en el poema XIII:

Las heces de animal se desglosan por el suelo. La pared

pareciera recibir golpes, de lo porosa que se encuentra.

El cielo calcina a la gente….

 

 

Pedicabo ego vos et irrumabo —decía el poeta latino Catulo. Un verso bello, rítmico, lleno de belleza léxica… Lo que significa no acompaña. Este escritor, harto de los comentarios de dos de sus compañeros, les dedicó este poema y este primer verso que, a la sazón, en una traducción algo libre, vendría a decir: por el culo os voy a dar y por la boca. Hablo de un poema del poeta romano del s. I a.c., no de ninguna obra de voz innovadora, me refiero a Cayo Valerio Catulo, poeta romano, casi, si no me equivoco,  veintitantos siglos de distancia.

 

El realismo sucio, es un enfoque que retrata la realidad cruda, desgarradora y a menudo grotesca de la vida cotidiana. Este estilo literario busca mostrar la realidad sin adornos ni idealizaciones y acá surge el nombre Bukowski

 

En multitud de ocasiones se cita a Bukowski como poeta inspirador y al que seguir, como si antes de Bukowski no hubiese nada igual, y este poeta se erigiera como el poeta de lo escatológico y lo sexual.

 

En Latinoamérica, con gran influencia de los literatos estadounidenses, el realismo sucio está generalmente asociado a una estética de violencia, donde los personajes mueren repentinamente y de forma violenta través de la escritura se hacen patentes temas como la crueldad de los barrios marginales de las grandes ciudades, la violencia, la lucha contra el hambre como mayor preocupación, las necesidades y los deseos inmediatos e íntimos de los personajes que forman parte de la clase baja generalmente, etc.[1]

 

Esta obra me recuerda, además,  al poeta Ted Hughes[2], donde muchos de sus poemas contienen una visión sombría del mundo, con una exploración de la violencia, el sufrimiento y la muerte. La violencia, tanto física como psicológica, está presente en muchas de sus composiciones. Como una guinda para la torta, podemos decir que Silvia Plath[3], admite, en sus diarios de vida, sus propios intentos por explorar la animalidad y salvajismo que distinguen la obra de Hughes.

 

Finalizar indicando que Antonia Sandoval, nos entrega una obra pujante, dinámica, casi bárbara. Fiereza que estremece y retumba. Es poseedora de una estética plástica, su verso es rico en imágenes, lenguaje crudo, sin adornos, directo y vital.

 

 

 

Ingrid Odgers Toloza



[1] https://acortar.link/kyBQvo

[2] https://acortar.link/OkRcWt

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Sylvia_Plath#Poes%C3%ADa

LA LENGUA DE MARTÍ -GABRIELA MISTRAL

 

COMENTARIO LITERARIO
LA LENGUA DE MARTÍ
EDICIONES LOM
AÑO 2013

 

POR INGRID ODGERS TOLOZA


El libro La lengua de Martí, fue escrito por Gabriela Mistral y compilado por Jaime Quezada. No se trata de un estudio lingüístico sino de una reunión de textos, cartas, ensayos y comentarios que Mistral dedicó a la figura de José Martí, a quien admiraba profundamente.

 

Este libro recoge el vínculo espiritual e intelectual que unía a Gabriela Mistral con Martí. Para ella, Martí fue una figura tutelar de América, un maestro de ética, libertad y lengua. Mistral lo considera el más alto representante de una lengua hispánica americana que no imita, sino que crea desde lo propio, lo humano y lo trascendente.

 

En los textos reunidos por Jaime Quezada podemos observar: La devoción de Mistral por Martí como educador y patriota. Una lectura profundamente ética y espiritual de su obra. La exaltación de su estilo como modelo del castellano americano. La relación entre Martí y la América mestiza, indígena y popular, que tanto inspiró a Mistral.

 

La mirada de Gabriela Mistral no es filológica ni académica, sino afectiva, poética y profética. En su escritura, Martí aparece como una voz fundadora de nuestra identidad hispanoamericana, un hombre que usó la lengua como un instrumento de redención y dignidad.

 

La lengua de Martí, en esta versión, tiene un gran valor porque nos permite ver cómo una poeta chilena del siglo XX lee y se inspira en un poeta cubano del XIX, en un diálogo que atraviesa límites geográficos y temporales. Es el testimonio del insondable sentido continental de la obra de Martí, y de cómo su lengua inspiró a múltiples generaciones de escritores comprometidos con la justicia y la belleza.

 Pedro Henríquez Ureña[1], al que debemos muchas definiciones del hecho americano, se encargó de enderezar el vocablo torcido[2]. Él prueba que nosotros llamamos "tropicales" los estilos superabundantes y empalagosos de los subrománticos franceses hospedados aquí por escritores más segundones aún. El clima nada tiene que hacer con el pecado, y para no citar sino un caso, cerca de aquí nació y pasó la infancia esencial un poeta no dañado por la calentura del Caribe: en la Martinica vivió años Francis Jammes.

 Al revés de cuanto se ha dicho, la soberana belleza tropical de América se quedó al margen de nuestra literatura, sin influencia verdadera sobre el escritor y como rebanada de él. Ojos, oreja y piel se los hemos regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido y neutro, es lo que se encuentra en nosotros los criollos. Antes y después de José Martí ninguno se había revolcado en lo fogoso y en lo capitoso de estos suelos.

 Hay que llamar al cubano "hombre leal" por muchos capítulos, pero, principalmente, por haber llevado el resuello de su tierra y haber vaciado la cornucopia de una geografía a lo largo de toda su obra, en la expresión hablada y en la escrita.

 ¿Qué hace el Trópico en la obra de nuestro Martí, el único que lo representa?

 En primer lugar, una calidez gobernada o suelta corre por su prosa en un clima de efusión; marca sus arengas, los discursos académicos, los artículos de periódico y las simples cartas. Yo digo calidez y no digo fiebre. Tengo por ahí pespunteada una vaga teoría de los temperamentos de nuestros hombres: los que se quedan en el fuego puro y se secan y se resquebrajan, y los que viven del fuego y del agua, es decir, de un calor húmedo y se libran del resecamiento y la muerte. Martí fue de éstos. A él lo asiste siempre la brasa confortante o un rescoldo cordial. Si como pensaba Santa Teresa nuestro encargo es el de arder, y la tibieza repugna al Creador, el Diablo es uno que tirita; bien cumplió José Martí su encargo de vivir encendido y sin atizaduras artificiales. Él ardía abastecido del combustible de su temperamento cubano-español y también del Espíritu Santo que recorre su escritura en garabateo visible.

 La segunda manifestación del Trópico en Martí sería la abundancia. El Trópico es abundante por esencia y no por recargo de bandullos o períodos. El barroco fue inventado por arquitectos no tropicales, los cuales buscando ser magníficos cayeron en gordinflonerías y excrecencias.

 Más claro se verá el hecho visto en el árbol coposo: él no es un abullonado, él es la fuerza llegando a sus topes. Hay que meter la mano en la masa de sus ramas para hallar grosuras; mirado, él es esbeltamente soberbio, nada más que eso.

 En el tropicalismo de Martí, la abundancia es natural por venir de adentro, de los ríos de su savia interna. En cuanto a natural no es pesada, no carga ornamentos pegadizos; se lleva a sí misma sin pena, como los grandullones llevamos nuestra talla...

 Además, el criollo lector, congestionado de lectura, hervía de ideas, a revés de los que siguen una sola como regato en tierra pobre; el corazonazo caliente de emocional le subía a la garganta hasta en la charla corriente; el vocabulario pasmoso les entregaba a manos llenas la expresión justa y la más feliz. ¡Cómo no había de ser copioso! Lo hicieron en grande y no hay por qué una criatura ubérrima dé la espalda a su haber y se fuerce a regímenes de arroz. Corríjasele la abundancia y Martí se nos disuelve. Que los demás escritores ecuatoriales vivan sin conmoverse delante de su gracia, negocio de ellos es, mal negocio de distracción o de renegamiento; pero dejemos que este respondedor describa su aposento geográfico que es su mesa de vivir y su lecho de morir.

 El metafórico. Otra manifestación del tropicalismo martiano es la lengua espejeante de imágenes, el desatado lujo metafórico.

 Dicen que en la naturaleza tropical fauna y flora están supeditadas al ornato y por eso resultan más hermosas que productivas; dicen que son blandas y fofas sus criaturas y que su belleza engaña como la gesticulación ampulosa y buera. La verdad es que la naturaleza, que en otras partes cumple su obligación de alimentar, aquí se da el gusto de servir deslumbrando. El árbol de la goma, el cocotero, el mismo plátano llevan vitalidad suficiente para dar mucho y les quedan todavía jugos para follajes superlativos. No sé qué hay de propietario, de asalariado en la naturaleza europea donde el sembradío se ciñe a la utilidad y no le sobra nada para fantasía y locura. El Trópico nuestro se parece a Hércules, que era servicial y magnífico en una sola pieza, vale decir, hazaña.

 Pasemos esta misma generosidad a la naturaleza de Martí: Él es un divulgador de ideas, pero como la savia le alcanza, él las echará a rodar en torrente de símiles. Por otra parte, no es cosa de olvidar que él es sobre todo un poeta, que, puesto en el mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser conductor de hombres, gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una Cuba adulta y sin urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y menor, de canto absoluto.

 Como el árbol tropical que gasta mucho en la periferia florida y que engaña con que descuida el rigor del tronco, así engaña la prosa de Martí, y ha hecho decir a algún atarantado que su prosa no es sino casullas de ropería arzobispal.

 Suntuoso, es cierto, a la manera de los reyes completos que dictaban legislación, religión, costumbre y poesía, que siendo sacerdotes no descuidaron el espejo justo de trono y vestimenta y hasta solían corregir a sus costureros e inventar danzas.

 También aquí está el hombre construido en grande, que no quiere constreñirse ni mutilarse de nada y hace brazada con las cosas buenas de este mundo, hombre anti-asceta (aunque cuidase mucho de su decoro) por hallarse cerca de la naturaleza que se burla de las penitencias.

 Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí, está como otro pilar de su maestría, la metáfora espléndida. La tiene impensada y no extravagante, original y no estrambótica; la tiene virgínea Y siempre nueva, sin caer por reincidencia en la misma o en la semejante; "imaginífero" -D'Annunzio se llamaba así a sí mismo-, cuyo stock no se vaciaba nunca.

 La sabida frase del hombre que piensa en imágenes conviene a Martí como a ninguno de nosotros. Hay que caer sobre algunas páginas del Asia, en las cuales la poesía se traduce en una pura reverberación alegórico, para encontrar algo semejante a su escritura. Pero la diferencia con el lirismo asiático está en que, mientras aquél cae al atollamiento de flores y gemas, Martí nos hace siempre sentir el hueso del pensamiento bajo la floración.

 La metáfora cerebral y de química esotérica de los que han venido después, no era la suya; el corazón fogoso y fogueado era su proveedor de metáforas; así la tiene de espontánea y de cándida lo mismo en lo tierno que en lo colérico.

 Dicen que el estudio de un poeta lo dan sus metáforas por sí solas. El método es habilidoso, pero se nos quedarían afuera los buenos poetas ralos y hasta los ayunos de símil, que los hay. Para Martí el procedimiento resultará excelente. En su montaña de metáforas se puede descomponer su alma entera.

 La última manifestación de tropicalismo que anotaremos en nuestro hombre es la generosidad que le viene, en parte, de su riqueza misma. El temperamento criollo rebosa de liberalidades; él se derrama en hospitalidad y dispendios. Nosotros no somos pueblos de vísceras resecas, arca vigilada ni alarmas de vieja despensera. Este sol que, en vez de asistir solamente a la creación, la inunda y la agobia, nos ha criado en una pedagogía derrochadora. Estamos llenos de injusticias sociales, pero ellas derivan más de una organización torpe que de una sordidez con genital; andamos buscando un abastecimiento racional de nuestros pueblos y cuando lo hayamos encontrado, los sistemas económicos de la América serán mucho más humanos que los europeos.

 Todo lo quiere para su gente Martí: libertad primero, cultura y bienestar en seguida. Y como su estilo forma el aspa visible de su rueda oculta, las liberalidades de Martí se traducen en su lengua por una desenvoltura de señor acostumbrado a poseer y a dar. Voltéese en la mano el estilo de los egoistones y se les sentirá la reticencia en la sequedad y el temblorcito de la avaricia en la indigencia de la frase.

 



[1] Pedro Henríquez Ureña (Santo Domingo, 29 de junio de 1884 - Buenos Aires, 11 de mayo de 1946) fue un intelectualfilósofocrítico y escritor dominicano, con destacada participación en México y Argentina.

[2] Alfonso Sergio Calderón Squadritto (San Fernando, 21 de noviembre de 1930-Santiago, 8 de agosto de 2009)[1] fue un poetanovelistaensayista y críticoPremio Nacional de Literatura de Chile 1998.


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