COMENTARIO LITERARIO
FRAZADAS DEL ESTADIO NACIONAL
JORGE MONTEALEGRE
"Frazadas
del Estadio Nacional", texto
ganador del Premio Altazor en ensayo.
En esta obra encontramos a la literatura
como memoria, como espacio para enfrentar el dolor y la muerte, la ignominia y
el flagelo. El testimonio del autor, que, en 1973, fue detenido y llevado a la
Escuela Militar, luego al Estadio Nacional y finalmente al campo de prisioneros
Chacabuco. Ante los apremios y maltratos, su "fuga" fue la poesía.
En relación con su estadía
forzada en el Estadio Nacional, escrito a cincuenta años del golpe militar, la
frazada es la médula central, una imagen que acompaña la fuerte experiencia en
el lugar de la prisión. Y es que en esta obra las frazadas son esenciales cubren
del frío, arropan, son símbolo de calor de hogar, y a su vez inmovilizan, tapan
los rostros, uniforman a los prisioneros y los aíslan.
"Frazadas del Estadio
Nacional”, un libro que cruza testimonio, crónica, el diario, la investigación,
un libro completo, que es parte de la memoria individual y también de la
colectiva. Yo diría un tesoro invaluable, patrimonio chileno.
A propósito de esta obra, Laura Scarabelli - UNIVERSITÀ
DEGLI STUDI DI MILANO (ITALIA)- manifiesta:
La imagen del ‘chiquillo’ que
padeció sufrimientos y torturas en el Estadio, no representa su ‘otro’, el otro
que dialoga con el yo, el otro que se enfrenta al yo para elaborar la
experiencia del pasado, el otro que comparte con el yo un mismo espacio de la
enunciación. Es un eco, una réplica, una resonancia de su ser. [1]
El autor quiere “acercarse al lolo Montealegre que tomaron preso en septiembre de 1973”, “hacerse cargo de él, convertirse en el tutor de ese chiquillo”, para “ayudarlo a retomar estos escritos para editarlos en nuestro país”[2]. No encara la imagen del pasado que lo espera inerme en el territorio denso de la memoria, se pone a su lado, lo toma de la mano y lo acompaña. En otras palabras, la figuración del mismo autor a los 19 años rompe la continuidad dialógica del soliloquio para instalar en el texto un inusitado deslizamiento. Montealegre no se refiere a sí mismo en segunda persona, no ocupa el tú, activando la dialéctica sujeto-objeto, elige la tercera, la no persona. Observamos:
“Estoy en la oscuridad, hincado, cubierto por una frazada. Tengo 19 años, pero soy más chico que los adolescentes de mi edad. Me veo más niño. Ni siquiera me veo en esta aparición ¿Qué hago bajo la frazada? Yo no soy ese lolo golpeado y enmudecido. ¿Yo no soy o ya no soy? […] Me perturba el recuerdo sin imágenes de ese chiquillo que sigue bajo la frazada. Sin vista de rayos X, como los superhéroes de sus revistas, el horizonte es su propia frazada. La oscuridad que encierra los recuerdos, los conserva y los ahoga y hay que volver a la oscuridad para que la imagen latente se revele. En ese retorno soy el joven y el viejo bajo la misma manta: nos cobija la memoria. Soy el mismo. [3]”
Frazadas del Estadio Nacional
es un libro histórico bellamente escrito, con una sensibilidad extrema y una
honestidad sin paragón. Emocionante, estremece las fibras del ser. El autor
dice:
La
misa fue celebrada en medio de la precariedad, pero todo era de una hermosura
profunda. La prédica fue en un lenguaje que reconocía cercano. En ella no había
resignación, sino espada. Nos llamó a la unidad, nos dio fuerzas en el
desamparo porque no estábamos solos. No faltó el recuerdo de Ernesto ni de
Camilo. Lo que nos pasara tendría sentido si nos manteníamos íntegros. Dios
estaba con nosotros y si moríamos nos encontraríamos con Él en la eternidad.
Con
Cristo, su Hijo, nos encontraríamos ahí mismo en el camarín 7 durante este
recuerdo de su sacrificio en cuerpo y sangre: era la misa auténtica. Y rezamos
un Padre Nuestro.
Una
frazada, que era el manto de los pobres cristos del velódromo, era un adecuado
mantel para un altar mayor que era simplemente el piso de baldosas. El cáliz
podía ser el pocillo con que esperábamos los porotos o el tazón plástico para
el café de higo. Cada uno de nosotros teníamos derecho a un pan diario y
algunos compañeros lo donaron para la eucaristía. El sacrificio era verdadero.”
Esta
magnífica obra debiera estar en cada colegio, escuela de Chile.
[1]
En diálogo con las observaciones de Benveniste sobre la naturaleza de los pronombres,
es importante subrayar la radical diferencia entre los pronombres yo y tú y el
pronombre él. El juego dialéctico de subjetivación y desubjetivación une las
primeras dos personas y excluye la tercera, que se instala en un horizonte
heterogéneo, un horizonte que no comparte el mismo campo de enunciación. Como
bien afirma Roberto Esposito: “lo que sostiene Benveniste es que la tercera
persona no se limita a debilitar o modificar los elementos que caracterizan a
las otras dos, sino que los invierte, empujándolos a un espacio externo a su
formulación misma (2009: 155).
[2]
Esta argumentación encuentra respaldo en las reflexiones de Butler sobre la
necesidad de re-pensamiento de la estructura del sujeto y la afirmación de un
yo que reconoce sus vínculos con el otro, en una relación de interdependencia.
La filósofa no se refiere a una simple relación binaria entre dos sujetos preconstituidos
y auto centrados. El reconocimiento del otro se funda en un movimiento de
descentramiento y de contaminación, apertura. Butler reconoce una subjetividad
expuesta hacia su ‘afuera’, que se abre a la contaminación y acepta su
intrínseca vulnerabilidad. Este movimiento identitario, este reconocimiento a
través de la pérdida de la integridad del sujeto, del sufrimiento y de la
exposición, encarna una vía ética a la responsabilidad permanente hacia el otro
que triza el signo de la
violencia en las mallas de
un espacio solidario, fundado sobre la identificación del destino común que nos
une al otro (Butler, 2009:13-48).
[3] Para
una profundización de estas reflexiones, véase Foucault (1997).