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miércoles, 27 de febrero de 2019

Amor o lo que sea de Laura Freixas


Amor o lo que sea
Laura Freixas
Ediciones Destino - 2005 - Barcelona
por Ingrid Odgers


Laura Freixas, nos lleva a la vida de Blanca, una  adjunta a la directora literaria de una editorial.
La narrativa se inicia en el tiempo presente para trasportarnos en un racconto a su vida universitaria, a los inicios de su vida laboral,  a sus ansias de libertad, para volver al presente donde su jefa, le entrega varias biografías de autores para que prepare informes. Su vida actual le parece monótona, tiene deseos de escribir una novela, ve su libertad ansiada y la cuestiona. La protagonista de esta novela va entremezclando su vida con la vida de autores reconocidos como las de Colette, Sylvia Plath, Gide, Angélica Balabánova,  André Breton, Blaise Pascal, etc.

Así tenemos que, la libertad, sin padres ni profesores vigilándola y poniendo reglas, la liga a la vida del autor André Gide y escribe:

¿Qué hacer con la libertad? ¿Qué sentido dar a la propia vida, en el momento en que está aún vacía, en que uno es libre, en que puede decidir a qué consagrarla? Para la mayoría de los seres humanos, ese momento, si es que llega a existir, es brevísimo. En cambio, André Gide (1869-1951) tuvo todo lo que se necesita para poder ejercer, una y otra vez, la libertad: independencia económica (vivía de renta), una inmensa cultura (leía a los  clásicos en griego, en latín, en alemán…), la libertad de movimiento reservada, en su época, a los hombres (fue un gran viajero), libertad sexual(la ejerció a fondo), la independencia de espíritu propia de las minorías religiosas (era protestante en un país mayoritariamente católico)… Y al mismo tiempo, un gran sentido del deber. No sólo fue siempre muy exigente consigo mismo, no sólo buscó, incansable, la síntesis entre su inteligencia y sus emociones, entre sus deseos y sus principios, sino que estaba convencido—por ser protestante, por ser rico, por ser tan culto, por ser varón, por ser francés…— de estar en el punto de mira, de ser vanguardia, faro, avanzadilla, de que era su obligación dar ejemplo. De ahí el excepcional interés de su biografía.

Blanca tropieza con la vida real, hay que mantenerse, trabajar, cumplir un horario…Y escribe:
Simplemente, me encontraba con la vida entera y verdadera, y la vida verdadera era la mediocridad y el fracaso, pero cómo, no me diga que no se había enterado, ¿qué aprendió, entonces, si se puede saber, en los veinte años que pasó estudiando?… Volví a echarme las cartas, y esta vez, la biografía que más se parecía a mi circunstancia era la de Sylvia Plath.

Sylvia Plath había nacido en Massachusetts en 1932. Su padre era Profesor de entomología en la Universidad de Boston; su madre vivía para su marido: le ayudaba en sus investigaciones, le pasaba los trabajos a máquina, cuidaba de la casa y de los niños… Eran austeros, trabajadores, rectos, lo que entonces se llamaba «personas decentes»; el padre había estado a punto de hacerse pastor luterano. Y Sylvia creció convencida de que el éxito es una obligación y el fracaso una vergüenza.
Ha enviado un relato a un prestigioso taller literario en el que espera ser admitida a su regreso a Massachusetts. Pero cuando vuelve, se encuentra con la noticia de
que su candidatura ha sido rechazada. Poco después, el 24 de agosto de 1953, le deja a su madre —su padre había muerto años atrás— una nota diciendo: « Voy a dar un paseo. Volveré mañana», y se esconde en el trastero con un frasco de somníferos.
Sylvia Plath se pasó media vida —desde la adolescencia hasta su muerte a la edad de treinta años— debatiendo consigo misma cómo podía combinar el deseo de escribir con el deseo de amar. Se pregunta en su diario en 1951, poco antes de cumplir los diecinueve:
«¿Llegaré a renunciar y a decir: "Vivir y alimentar el insaciable estómago de un hombre y parir hijos ocupa toda mi existencia. No tengo tiempo para escribir"? ¿O perseveraré en esta maldita ocupación'? »… «Sólo puedo amar (si eso significa abnegación, ¿o significa plenitud?

Sin embargo, Blanca también se enamora…ya verán ustedes el final.Y es que Blanca se enamora y conoce el dolor, sin dolor no es posible escribir literatura. Mujer, vida y literatura, un gran tema contemporáneo. Es imprescindible la renuncia. No se puede tener todo.

Laura Freixas escribe y crea metáforas maravillosas, reflexiona y se cuestiona, se mueve en un mundo frío, egoísta, un mundo de ambiciones y egos. Una editorial, donde se privilegian autores mediocres por sobre otros autores geniales, el amiguismo, tan recurrente, también se ama por interés, por el deseo de alcanzar la gloria. Un mundo al que los premios se otorgan a los amigos de los amigos de la editorial. Decepcionante realidad ¿O ficción?

Esta obra de Freixas, genial, clara, directa, atrapante. Es muy recomendable.


Adjunto fragmentos de la novela.


  
FRAGMENTO I

Instintivamente me solté. Pero me había dado tiempo a sentir su abrazo, como un aro o una argolla, y al cruzar la cortina sentí que estábamos cruzando una frontera; que al entrar en la penumbra malva, entre cojines y luces giratorias, humo y perfumes, alcohol y música, dejábamos atrás el mundo sólido para zambullirnos en otro elemento: agua, aire, fuego. Que yo iba a poder brincar sobre la hoguera, como un tigre que confía en su domador, o arder en ella sin quemarme; arquearme con los ojos cerrados, entregada y sinuosa, como la serpiente guiada por la flauta; navegar sin miedo, con velas desplegadas, amarrada a una boya, y dar saltos mortales con maillot de lamé y cabellera al viento, sabiendo que unos brazos me esperaban en el otro trapecio… Blanca, estás delirando, estás borracha, cálmate, controla. Sí, pero ¿cómo?, si los pendientes se empeñaban en mordisquearme las orejas, y el reloj en apretarme la muñeca, y las piernas en arder bajo la falda cada vez más arremangada, y la mirada de Leo en acariciarme por debajo del vestido… Se había quitado las gafas hacía rato, y sentado muy cerca de mí, cerraba a veces los ojos para olerme el pelo, como un montón de heno en el que estuviera deseando hundirse entero.



FRAGMENTO II

¿El paraíso? Sencillísimo: una mujer, un hombre y una cama. Era para morirse de risa: tanto interrogarse, tanto sufrir, tanto dar vueltas, y total, era tan simple. Cuatro o cinco cosas, lo más pequeño y más común, como en el caleidoscopio unos simples cristalitos de colores, los mismos gestos que con otros habían sido banales y sin eco, pura higiene y deporte, ahora, inagotablemente combinándose, formaban paisajes milagrosos, despampanantes, inauditos, que aparecían, se borraban y volvían a empezar, y de rodillas como tribus salvajes adorábamos los más simples elementos de la naturaleza, osando apenas tocarlos, fulminados cuando lo hacíamos como por el rayo, y durante horas, anulando el tiempo y nuestros nombres, cuerpos sólo, prehistóricos y futuristas, un hombre y una mujer, nos entregábamos con furia a los ritos que inventábamos, dioses, jinetes cósmicos que
montando unos labios, una flor carnívora, una espada de fuego, cabalgábamos hasta estallar, hasta desintegrarnos… La primera noche, cuando terminamos me eché a llorar: de alegría, de gratitud y de otra cosa, no sabía qué, que me aterrorizaba.

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