Amor
o lo que sea
Laura
Freixas
Ediciones
Destino - 2005 - Barcelona
por Ingrid Odgers
Laura
Freixas, nos lleva a la vida de Blanca, una adjunta a la directora literaria de una
editorial.
La
narrativa se inicia en el tiempo presente para trasportarnos en un racconto a su
vida universitaria, a los inicios de su vida laboral, a sus ansias de libertad, para volver al
presente donde su jefa, le entrega varias biografías de autores para que prepare
informes. Su vida actual le parece monótona, tiene deseos de escribir una
novela, ve su libertad ansiada y la cuestiona. La protagonista de esta novela
va entremezclando su vida con la vida de autores reconocidos como las de
Colette, Sylvia Plath, Gide, Angélica Balabánova, André Breton, Blaise Pascal, etc.
Así
tenemos que, la libertad, sin padres ni profesores vigilándola y poniendo
reglas, la liga a la vida del autor André
Gide y escribe:
¿Qué hacer con la libertad? ¿Qué
sentido dar a la propia vida, en el momento en que está aún vacía, en que uno
es libre, en que puede decidir a qué consagrarla? Para la mayoría de los seres
humanos, ese momento, si es que llega a existir, es brevísimo. En cambio, André
Gide (1869-1951) tuvo todo lo que se necesita para poder ejercer, una y otra
vez, la libertad: independencia económica (vivía de renta), una inmensa cultura
(leía a los clásicos en griego, en
latín, en alemán…), la libertad de movimiento reservada, en su época, a los
hombres (fue un gran viajero), libertad sexual(la ejerció a fondo), la
independencia de espíritu propia de las minorías religiosas (era protestante en
un país mayoritariamente católico)… Y al mismo tiempo, un gran sentido del
deber. No sólo fue siempre muy exigente consigo mismo, no sólo buscó,
incansable, la síntesis entre su inteligencia y sus emociones, entre sus deseos
y sus principios, sino que estaba convencido—por ser protestante, por ser rico,
por ser tan culto, por ser varón, por ser francés…— de estar en el punto de
mira, de ser vanguardia, faro, avanzadilla, de que era su obligación dar
ejemplo. De ahí el excepcional interés de su biografía.
Blanca
tropieza con la vida real, hay que mantenerse, trabajar, cumplir un horario…Y
escribe:
Simplemente, me encontraba con la vida entera y verdadera, y
la vida verdadera era la mediocridad y el fracaso, pero cómo, no me diga que no
se había enterado, ¿qué aprendió, entonces, si se puede saber, en los veinte años
que pasó estudiando?… Volví a echarme las cartas, y esta vez, la biografía que
más se parecía a mi circunstancia era la de Sylvia Plath.
Sylvia Plath
había nacido en Massachusetts en 1932. Su padre era Profesor de entomología en
la Universidad de Boston; su madre vivía para su marido: le ayudaba en sus
investigaciones, le pasaba los trabajos a máquina, cuidaba de la casa y de los
niños… Eran austeros, trabajadores, rectos, lo que entonces se llamaba
«personas decentes»; el padre había estado a punto de hacerse pastor luterano.
Y Sylvia creció convencida de que el éxito es una obligación y el fracaso una vergüenza.
Ha enviado un
relato a un prestigioso taller literario en el que espera ser admitida a su regreso
a Massachusetts. Pero cuando vuelve, se encuentra con la noticia de
que su
candidatura ha sido rechazada. Poco después, el 24 de agosto de 1953, le deja a
su madre —su padre había muerto años atrás— una nota diciendo: « Voy a dar un
paseo. Volveré mañana», y se esconde en el trastero con un frasco de
somníferos.
Sylvia
Plath se pasó media vida —desde la adolescencia hasta su muerte a la edad de
treinta años— debatiendo consigo misma cómo podía combinar el deseo de escribir
con el deseo de amar. Se pregunta en su diario en 1951, poco antes de cumplir
los diecinueve:
«¿Llegaré
a renunciar y a decir: "Vivir y alimentar el insaciable estómago de un
hombre y parir hijos ocupa toda mi existencia. No tengo tiempo para
escribir"? ¿O perseveraré en esta maldita ocupación'? »… «Sólo puedo amar
(si eso significa abnegación, ¿o significa plenitud?
Sin
embargo, Blanca también se enamora…ya verán ustedes el final.Y es que Blanca se enamora y conoce el dolor, sin dolor no es posible escribir literatura. Mujer, vida y literatura, un gran tema contemporáneo. Es imprescindible la renuncia. No se puede tener todo.
Laura
Freixas escribe y crea metáforas maravillosas, reflexiona y se cuestiona, se
mueve en un mundo frío, egoísta, un mundo de ambiciones y egos. Una editorial,
donde se privilegian autores mediocres por sobre otros autores geniales, el
amiguismo, tan recurrente, también se ama por interés, por el deseo de alcanzar
la gloria. Un mundo al que los premios se otorgan a los amigos de los amigos de
la editorial. Decepcionante realidad ¿O ficción?
Esta
obra de Freixas, genial, clara, directa, atrapante. Es muy recomendable.
Adjunto
fragmentos de la novela.
FRAGMENTO I
Instintivamente
me solté. Pero me había dado tiempo a sentir su abrazo, como un aro o una
argolla, y al cruzar la cortina sentí que estábamos cruzando una frontera; que
al entrar en la penumbra malva, entre cojines y luces giratorias, humo y
perfumes, alcohol y música, dejábamos atrás el mundo sólido para zambullirnos
en otro elemento: agua, aire, fuego. Que yo iba a poder brincar sobre la
hoguera, como un tigre que confía en su domador, o arder en ella sin quemarme;
arquearme con los ojos cerrados, entregada y sinuosa, como la serpiente guiada
por la flauta; navegar sin miedo, con velas desplegadas, amarrada a una boya, y
dar saltos mortales con maillot de lamé y cabellera al viento, sabiendo que
unos brazos me esperaban en el otro trapecio… Blanca, estás delirando, estás
borracha, cálmate, controla. Sí, pero ¿cómo?, si los pendientes se empeñaban en
mordisquearme las orejas, y el reloj en apretarme la muñeca, y las piernas en
arder bajo la falda cada vez más arremangada, y la mirada de Leo en acariciarme
por debajo del vestido… Se había quitado las gafas hacía rato, y sentado muy cerca
de mí, cerraba a veces los ojos para olerme el pelo, como un montón de heno en
el que estuviera deseando hundirse entero.
FRAGMENTO II
¿El paraíso?
Sencillísimo: una mujer, un hombre y una cama. Era para morirse de risa: tanto
interrogarse, tanto sufrir, tanto dar vueltas, y total, era tan simple. Cuatro
o cinco cosas, lo más pequeño y más común, como en el caleidoscopio unos
simples cristalitos de colores, los mismos gestos que con otros habían sido
banales y sin eco, pura higiene y deporte, ahora, inagotablemente combinándose,
formaban paisajes milagrosos, despampanantes, inauditos, que aparecían, se
borraban y volvían a empezar, y de rodillas como tribus salvajes adorábamos los
más simples elementos de la naturaleza, osando apenas tocarlos, fulminados
cuando lo hacíamos como por el rayo, y durante horas, anulando el tiempo y
nuestros nombres, cuerpos sólo, prehistóricos y futuristas, un hombre y una
mujer, nos entregábamos con furia a los ritos que inventábamos, dioses, jinetes
cósmicos que
montando unos
labios, una flor carnívora, una espada de fuego, cabalgábamos hasta estallar,
hasta desintegrarnos… La primera noche, cuando terminamos me eché a llorar: de
alegría, de gratitud y de otra cosa, no sabía qué, que me aterrorizaba.
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