AL SUR DE LA FRONTERA, AL OESTE DEL SOL
HARUKI MURAKAMI
Tusquets Editores S.A. 2003
Tusquets Editores S.A. 2003
Al
sur de la frontera, Al oeste del sol es una obra del autor
japonés Haruki Murakami, escrita
desde la estética de la nostalgia inserta en una soledad dolorosa donde el
recuerdo del primer ser amado, Shimamoto, el amor del período entre la infancia
y adolescencia marca la vida del protagonista hasta el presente narrado.
El tiempo
presente en la obra se desenvuelve en Aoyama, cerca de la ciudad de Tokio,
donde el protagonista cursó sus años de universidad, se casó, tuvo dos hijas y
emprendió un negocio, un Club de Jazz, especie de pub chileno con música jazzística,
empresa de gran éxito que lo lleva a abrir otro similar en algún lugar de la
misma ciudad. El protagonista tiene treinta y siete
años, una vida aparentemente feliz, lo tiene todo en lo económico, en lo sentimental, en lo
filial, pero la nostalgia de su ex compañera de curso lo invade en medio de su
cotidianeidad. Algo falta, un vacío se agita en su interior. Como
empresario exitoso es entrevistado por una revista, una revista que tiene alta
circulación y que tiene un efecto directo en su vida, aparecen en el Club de
Jazz, sus ex compañeros, charlan con él, beben, y de repente, luego de un
tiempo aparece Shimamoto, y su vida se transforma en un caos, una bomba anuncia
su estallido. Algo acontece en el chalé de Hakone, propiedad de Hajime que
desemboca en un desenlace inesperado.
Esta
obra de Murakami, minuciosamente narrada conmueve el ser interior, remece el
alma y nos deja pensando en ese misterio que jamás se resuelve. Una excelente
narrativa que simple y sencilla traspasa nuestras fibras, dejándonos una
lección admirable de literatura. Un libro muy recomendado a todos mis asiduos
lectores.
Ingrid
Odgers Toloza
Concepción
de Chile, 2018
Fragmento.
A lo lejos, Nat King Cole cantaba South of the
Border. Nat
King Cole se refería a México, claro. Pero yo entonces no lo sabía. Las palabras
« Al sur de la frontera» me sonaban enigmáticas. Cada vez que las oía, me
preguntaba qué diablos debía de haber allí,al sur de la frontera. Abrí los ojos. Nat King Cole cantaba South of the Border. Hacía mucho tiempo
que no la escuchaba. —De pequeño, cuando
oía esta canción, siempre me preguntaba qué debía de haber al sur de la
frontera —dije.
—Yo
también —coincidió Shimamoto
—.
De mayor, cuando leí la letra de la canción, me llevé una desilusión.
¡Sólo
era una canción sobre México! Yo que pensaba que al sur de la frontera debía de
haber algo maravilloso.
—
¿Como qué? Shimamoto se echó el pelo para atrás con las manos y se lo recogió.
—Pues
no lo sé. Algo muy hermoso, grande, suave.
—Algo
muy hermoso, grande, suave —repetí—. ¿Se puede comer?
Shimamoto
se rió. Pude entrever sus dientes blancos.
—Quizá
no.
—
¿Se puede tocar?
—Quizá
sí.
—Me
parece que hay demasiados quizás —dije.
—Aquél
es un país con muchos quizás.
Alargué
la mano y le toqué la suya, que seguía apoyada en el respaldo.
Hacía
mucho tiempo que no se la tocaba. Desde aquel vuelo, de Ishikawa a Tokio.
Cuando
le toqué los dedos, ella alzó un poco la cabeza y me miró. Luego volvió a bajar los ojos.
—El
sur de la frontera, el oeste del sol —dijo.
—
¿Qué es eso de «el oeste del sol»?
—Existe
de verdad —dijo—. ¿No has oído hablar de
la histeria siberiana?
—No.
—Lo
leí en alguna parte hace tiempo. Creo que cuando iba al instituto. No logro
recordar dónde, pero, en fin, era una enfermedad que sufrían los campesinos de
Siberia. Imagínatelo: eres un campesino y vives solo en los páramos de Siberia.
Trabajas la tierra un día tras otro. A tu alrededor, hasta donde alcanza la
vista, no hay nada. El horizonte al norte; el horizonte al este; el horizonte
al sur; el horizonte al oeste. Nada más. Todos los días, cuando el sol sube por
el este, vas al campo a trabajar. Cuando alcanza el cénit, descansas y comes.
Cuando
se oculta tras el horizonte, al oeste, vuelves a casa y duermes.
—Una
vida muy distinta a la de llevar un bar en Aoyama.
—Sí
—dijo ella sonriendo. Y ladeó un poco la cabeza—. Muy distinta.
Y
eso, día tras día, año tras año.
—Pero,
en Siberia, en invierno, no se pueden cultivar los campos.
—No,
claro —dijo Shimamoto—. Durante el invierno te quedas en casa trabajando en
cosas que puedas hacer en el interior. Y, al llegar la primavera, vuelves a
salir al campo. Tú eres ese campesino. Imagínatelo.
—De
acuerdo.
—Y
entonces, un día, algo muere dentro de ti.
—
¿Algo muere? ¿El qué?
Ella
negó con la cabeza.
—No
lo sé. Algo. A fuerza de mirar, día tras
día, cómo el sol se eleva por el este, cruza el cielo y se hunde por el
oeste, algo, dentro de ti, se quiebra y muere.
Y tú arrojas el arado
al suelo y, con la mente en blanco, emprendes el camino hacia el oeste. Hacia el oeste del sol. Y sigues andando como un poseso,
día tras día, sin comer ni beber, hasta que te derrumbas y mueres. Esto es lo
que se llama histeria siberiana. Intenté representarme la imagen de un
campesino siberiano caído de bruces en el suelo, agonizando.
— ¿Qué hay al oeste
del sol? —pregunté.
Ella volvió a negar
con la cabeza.
—No lo sé. Tal vez no
hay a nada. O tal vez sí. En todo caso, es un lugar distinto al que está al
sur de la frontera.
Cuando
Nat King Cole cantó Pretend, Shimamoto y yo la seguimos a coro en voz baja,
como antes.
Pretend you’re happy
when you’re blue It isn’t very hard to do.
—
Oye,
Shimamoto —dije—, cuando te fuiste, pensé mucho en ti. Durante seis meses.
Pensé en ti a lo largo de medio año, de la mañana a la noche. No quería hacerlo,
pero me era imposible. Y, al final, tomé una decisión. No quiero que vuelvas a
marcharte. No puedo vivir sin ti. No quiero volver a perderte. No quiero volver
a oír las palabras «por una temporada». Ni tampoco «quizá».
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