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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Cine chileno: La sagrada familia

El cine chileno se caracteriza por películas grises y mediocres, salvo raras, rarísimas excepciones.

Tuve la ocasión de ver La sagrada familia, escrita y dirigida por Sebastián Campos. Esto fue lo que encontré: muchas copas de vino, éxtasis, sexo y huevos de chocolate. Me pregunto, ¿qué estaba pensando Sebastián Campos al filmar o mejor dicho “crear” su obra? No lo sé. ¿Qué impresión me dejo? Tengo respuestas desalentadoras, puedo decir que es una mala película, con un pésimo guión, donde sobresalen las malas actuaciones (ej.: el monólogo de Patty López, era evidente que estaba leyendo el texto), esa atmósfera estúpida que suele apropiarse del cine chileno, que abunda en oscuridad, imágenes sórdidas, lenguaje soez, incertidumbre, pobreza y riqueza. Nunca un término medio. Pareciera que los chilenos estamos extraviados en la estratosfera, convertidos todos en entes capaces de las peores acciones, las más bajas pasiones y envueltos en la ordinariez absoluta y total. Cierto, el doble estándar es innegable, es una lacra legada de ancestros déspotas, de largas épocas de extrema misoginia y para mayor mal, ampliada y multiplicada en los tiempos negros, los oscuros y terribles años de nuestra generación perdida.

Retornando al film diremos que nos muestra a una familia burguesa, la incomunicación latente, las malas relaciones padre-hijo. Un padre sabelotodo, un hijo con resentimiento, una madre y esposa dedicada al trabajo de casa. Pero, ¿Qué mirada es? Y es aquí donde me detengo.

La sagrada familia es una mala mirada del doble estándar. La película es pobre en creatividad. Además, está mal realizada.

La historia nos sitúa en Tunquén, en época de semana santa. Tres casas albergan tres diferentes historias que se cruzan para desmoronarse y volver a renacer. La primera y principal, es la de una familia burguesa de un hijo único, “Marquito”, interpretado por Néstor Cantillana, que espera a su pareja. Desde los inicios del film, advertimos el problema de incomunicación entre padre-hijo. El conflicto se agudiza con la llegada de Sofía, Patricia López, una mujer algunos años mayor que Marquito y de vivir desordenado, diríamos más que liberal o sin ningún respeto por las normas sociales.

Marco, el padre, interpretado por Sergio Hernández, es un arquitecto, un pedante insoportable que no deja de hacer ostensible su cultura e ideas. Es como la representación del hombre “modelo”. La madre, Soledad, Coca Guazzini, es una señora mordaz y dedicada al hogar. Se preocupa de tenerle a su hijo adulto huevitos de chocolate para celebrar la pascua de resurrección. Padre y madre católicos que esperan que su hijo conserve sus mismas costumbres. En sintesís, tenemos la familia "modelo".

La segunda casa alberga a una solitaria joven llamada Rita, mejor amiga de Marquito, que desde su niñez ha decidido no volver a hablar. Macarena Teke, encarna un personaje incomprensible en este filme, una testigo muda que espera vigilante desde su terraza, a un Marquito envuelto en las garras de una coqueta Sofía. La última arista de la trama, es protagonizada por otro amigo de Marquito. Aldo, Mauricio Diocares, un joven homosexual estudiante de derecho, que intentará a seducir a Pedro, Juan Pablo Miranda, un compañero de curso que lo acompañó a la playa para estudiar.

Casi una hora nos vemos ante escenas de drogas y sexo no muy claro. Las imágenes son borrosas, la cámara o cámaras enfoca partes de rostros, cuerpos, brazos. El guión pésimo, la actuación la salva el actor Néstor Cantillana. Hizo lo que pudo (dirigió Sebastián Campos), inmerso en diálogos absurdos, además difíciles de escuchar por el espectador(a). La película no tiene peso, profundidad. Quiso ser. Quiso. Es todo. Pero vuelvo a preguntarme: ¿Qué mirada es?

No tiene importancia, lo bueno sería que el cine chileno mostrara otras temas actuales que afectan a la mayoría de los chilenos, ejemplos: la abrumadora cesantía, la mala atención médica a todo nivel, la vida de una familia con sueldo mínimo, los precios en alza constante, la discriminación, la vida de los artistas chilenos. ¿Cómo se sobrevive en Chile?

Se debería considerar que encontramos también en nuestro país: amor, perdón, malos entendidos, peleas, reconciliaciones. Existen, menos mal, hombres y mujeres que se construyen con esperanza y humor, jóvenes que estudian, familias con valores, principios, relaciones sanas y en éstas incluyo las relaciones homosexuales, es decir toda relación entre personas, basada en el amor y el respeto. Valores que superan lo material. Son temas también chilenos que debieran insertarse en una propuesta fílmica abandonando las manidas formas de tratar el argumento que exaltan los ambientes sórdidos, lo mísero. Chile es mucho más. Pensarlo ya es un gran alivio para el espíritu.

Mientras observaba las escenas finales pensé en cómo se le ha entregado apoyo al cine, cuánto se le ha dado, asunto en el cual Luis Vera no está de acuerdo, pero, en fin, prosigo, tanto apoyo a un cine chileno que está muy mal realizado: el tratamiento de las temáticas, el manejo actoral, modulación, guión. Es como darle alimento a un borrico por decirlo de alguna forma.

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